VIGESIMOSEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura: Amós 6, 1a.4-7
-Padre Abrahán, ten piedad de
mi; manda a Lázaro que moje en agua la punta de un dedo y me refresque la
lengua, que padezco mucho en estas llamas. 25Pero Abrahán le
contestó: -Hijo, recuerda que en vida te
tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso ahora éste encuentra consuelo y
tú padeces. 26Además, entre nosotros y vosotros se abre una sima
inmensa, así que, aunque quiera, nadie puede cruzar de aquí hasta vosotros ni
pasar de ahí hasta nosotros. 27El rico insistió: -Entonces, padre, por favor,
manda a Lázaro a casa de mi padre, 28porque tengo cinco hermanos:
que los prevenga, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento. 29Abrahán le
contestó: -Tienen a Moisés y a los
Profetas, que los escuchen. 30El rico volvió a
insistir: -No, no, padre Abrahán, pero si
uno que ha muerto fuera a verlos, se enmendarían. 31Abrahán le replicó: -Si no escuchan a Moisés y a los
Profetas, no se dejarán convencer ni aunque uno resucite de la muerte. COMENTARIOS I Se llamaba
Lázaro (nombre derivado del hebreo 'el
'azar, que significa «Dios ayuda»), aunque en vida no gozó, al parecer, de
la ayuda divina. Le tocó en desgracia ser mendigo, estar postrado en el portal
de la casa de un rico sin nombre, uno de tantos, al que tradicionalmente se ha
calificado de 'epulón' (banqueteador). El rico epulón se vestía de púrpura y
lino, según los patrones de la alta costura de la época. Lázaro o
Dios-ayuda «habría querido llenarse el estómago con lo que tiraban de la mesa
del rico; más aún, hasta se le acercaban los perros a lamerle las llagas.»
Imposible mayor marginación. Nada dice el evangelio de las creencias religiosas
de este hombre, que tendría serias dudas de la reconocida compasión divina para
con el pobre y el oprimido. A los dos les
llegó la hora de la muerte: «Se murió el mendigo, y los ángeles lo pusieron a
la mesa al lado de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron.» Menos
mal que en el más allá se cambiaron las tornas. Aunque, dicho sea de paso, con
esto del 'más allá', quienes hacían de la religión baluarte de conservadurismo
e inmovilismo han invitado mil veces a la resignación, a la paciencia y al
mantenimiento de situaciones injustas a los que las sufrían; en el más allá –se
decía-, Dios dará a cada uno su merecido, pero siempre cabía preguntar: ¿y por
qué no en el 'más acá'? Pero sigamos
con la parábola: «Estando en el abismo en medio de los tormentos, el rico
levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán, con Lázaro echado a su lado, y gritó:
-Padre Abrahán, ten piedad de mí; manda a Lázaro que moje en agua la punta del
dedo y me refresque la lengua; que me atormentan las llamas. Pero Abrahán le
contestó: -Hijo, recuerda que en vida te tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo;
por eso ahora él encuentra consuelo y tú padeces. Además, entre nosotros y
vosotros se abre una sima inmensa; por más que quiera, nadie puede cruzar de
aquí para allá ni de allí para acá.» Para muchos
predicadores la parábola terminaba aquí. Era una invitación a aceptar cada uno
su situación, a resignarse, a cargar con su cruz, a no rebelarse contra la
injusticia, a esperar en el 'más allá', donde Dios arreglará los desarreglos
humanos. Entendida así la parábola, el mensaje evangélico se hermana con un
conformismo a ultranza que ayuda a mantener el desorden establecido, la
injusticia humana y las clases sociales enfrentadas. Pero esta
parábola no es una promesa para el futuro. Mira a la vida presente, va dirigida
a los cinco hermanos del rico, que andaban en la abundancia y el despilfarro.
Por eso el diálogo continúa: «-Entonces, padre», replicó el rico, «por favor,
manda a Lázaro a mi casa, porque tengo cinco hermanos: que los
prevenga, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento. Abrahán le
contestó: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.» Me temo que
el consejo no debió agradar al rico. Los profetas decían cosas como éstas: «Os
acostáis en lechos de marfil, arrellanados en divanes, coméis carneros del
rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como
David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes
exquisitos y no os doléis del desastre de José. Pues encabezarán la cuerda de
cautivos y se acabará la orgía de los disolutos» (Am 6,4-7). «El rico
insistió: -No, no, padre Abrahán, pero si un muerto fuera a verlos, se
enmendarían. Abrahán le replicó: -Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no
le harán caso ni a un muerto que resucite» (Lc 16,19-31). Para cambiar la situación en que viven sus
hermanos, el rico epulón piensa que hace falta un milagro: que un muerto vaya a
verlos. Crudo realismo evangélico de quien conoce la dinámica del dinero, que
cierra el corazón humano a la evidencia de la palabra profética, al dolor y al
sufrimiento del pobre, a la exigencia de justicia, al amor e incluso a la voz
de Dios. El dinero deshumaniza. Me remito a la experiencia de cada uno. II
Si los pobres van al cielo, ¿cómo es que sois tan ricos? ¿por qué os
gusta tanto el dinero? Esta es la pregunta que Jesús dirige a los fariseos con
la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro SE BURLABAN DE ÉL La parábola
que comentábamos el domingo pasado, la del administrador, la dirigió Jesús a
sus discípulos; los fariseos, que, como era su costumbre, estarían atentos para
coger en fallo a Jesús, no encontraron en esta ocasión ninguna herejía; al fin
y al cabo los antiguos profetas, que ellos tanto veneraban, habían pronunciado
hermosas palabras de consuelo para los pobres. Ellos mismos, en su doctrina,
afirmaban que todos los que en esta vida son pobres serán recompensados, por la
misericordia de Dios, en la otra vida y ocuparán un lugar de privilegio en el seno de Abrahán. Por esta vez no iban
a condenar la predicación del galileo, aunque exageraba mucho y matizaba poco.
Porque, ¿no afirmaban los libros sagrados que la riqueza es un premio que Dios
concede a sus fieles? (Prov 10,22; 22,4; Job 1,21). Entonces no se puede decir,
en sentido estricto, que el dinero sea algo injusto. Pero, por esta vez,
pasarían la mano. En este momento seguramente esbozaron una sonrisa burlona
(«Oyeron todo esto los fariseos, que son amigos del dinero y se burlaban de
él»), al tiempo que pensaban cuánto les daría la viuda de turno cuando fueran a
rezar con ella por el marido difunto (Lc 20,47): del dicho al hecho... Y seguramente se alegraron porque, por aquel
camino, el fracaso quedaba muy cerca. Los fariseos,
ya entonces, prometían la felicidad eterna a los pobres, siempre que, siendo
humildes, no se rebelaran contra su situación; mientras tanto, ellos hacían lo
posible por conseguir el dinero aquí, y haciendo alguna obra de caridad con el
dinero conseguido, trataban de asegurarse también la eterna dicha. Ese era su
secreto, y ésa, seguramente, la razón de sus burlas ante las palabras de Jesús.
A esas burlas, a ese cinismo, responde Jesús con esta parábola; no la dirige a
sus discípulos, sino a los fariseos. Por eso hay en ella algunas cosas que
quizá nos resultan difíciles de entender... LÁZARO NO ES UN POBRE
«CRISTIANO» Había un hombre rico que se
vestía de púrpura y lino, y banqueteaba todos los días espléndidamente. Un
pobre llamado Lázaro estaba echado en el portal, cubierto de llagas; habría
querido llenarse el estómago con 10 que caía de la mesa del rico... Se murió el
pobre y los ángeles lo reclinaron en la mesa al lado de Abrahán. Se murió
también el rico, y lo enterraron. Pobre
cristiano es aquel que renuncia a la riqueza libremente, por solidaridad y con
un objetivo muy concreto: ponerse a trabajar en la construcción de un mundo en
el que no haya pobres. Lázaro, sin culpa suya seguramente, se queda pasivo ante
su pobreza y ante la de los demás, quizá porque ya no le quedan fuerzas para
rebelarse contra su situación o quizá porque lo han engañado diciéndole que
siendo pobre agrada al Señor, y que éste lo premiará después de su muerte. No. Lázaro es un «pobre fariseo», víctima de
la doctrina farisea. Desgraciado y sometido, que acepta pasivamente su
humillación y reconoce con su silencio el derecho de aquel rico a despilfarrar
lo que él necesitaba para vivir y que, quizá, desea en su interior ocupar el
lugar del rico. Y seguro que haciendo responsable a Dios de la injusticia de la
que nacían su pobreza y la riqueza de aquel bribón. NI ABRAHÁN TAMPOCO El que recibe
al pobre en el descanso eterno es Abrahán (Dios no aparece en la parábola). Y
la respuesta que da al problema de la pobreza y la riqueza (invertir la
situación en la otra vida: «Hijo,
recuerda que en la vida te tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso ahora
éste encuentra consuelo y tú padeces») no es una respuesta cristiana, aunque
en ella hay algún elemento que quedará incorporado a la fe de Jesús: que Dios y
los que con él se hallan están de parte de los pobres. Con esta
parábola, Jesús resume a los fariseos su propia teoría sobre la pobreza y la riqueza y se la pone ante los ojos...
porque su práctica era muy distinta:
«Oyeron todo esto los fariseos, que son amigos del dinero... » Si dicen que los
pobres van a vivir felices por toda la eternidad, ¿cómo buscan con tanto afán
el dinero? ¿No seria rentable pasar unos cuantos años malos a cambio de toda
una eternidad feliz? Ellos no se
creen lo que predican, porque silo creyeran actuarían de otra manera muy
distinta. Y no es por ignorancia, porque ellos conocen y explican a Moisés y a los Profetas. Los mismos
Profetas que en nombre del Dios que intervino en la historia de los hombres para hacer libres en esta vida a un grupo de pobres
esclavos- exigieron justicia para los pobres ya en esta vida. No, no creen lo que ellos predican. Y no creerán ni
aunque resucite el mismo que dijo: «Dichosos los pobres, porque tenéis a Dios
por rey» (Lc 6,20), y «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13). No, «no
se dejarán convencer ni aunque un muerto resucite». III La parábola
del rico y de Lázaro, desconectada de su contexto vital, ha dado pie a considerar
como pensamiento auténtico de Jesús lo que no era más que una simple concesión
al lenguaje de sus adversarios (cielo = seno de Abrahán; purgatorio o infierno
= el abismo, lugar de tormento, llamas). Jesús habla a los fariseos: la
parábola se adapta forzosamente a sus categorías religiosas. Con todo, una cosa
es clara: los dos «se mueren», pero mientras el pobre Lázaro es conducido por
los ángeles al seno de Abrahán, símbolo de una vida que continúa, del rico se
afirma que «lo enterraron» (16,22). La parentela del rico (los «cinco
hermanos») irá a parar inexorablemente al lugar de la muerte. No han hecho caso
a Moisés (= la Ley, el pedagogo de los inmaduros), ellos los observantes por
antonomasia, ni de los Profetas (= el Espíritu, la prenda de los hijos de
Dios). Por eso «no harán caso ni a un muerto que resucite» (16,29-31). Cuando
Lucas redacta su Evangelio, el peligro fariseo sigue latente en su comunidad.
Es el problema de siempre: dinero, poder... El abismo que se abre entre los
miembros de una comunidad que comparte y otra que lo cifra todo en la
observancia ritual y minuciosa de lo que está mandado «es inmenso: por más que
quiera, nadie podrá cruzar de aquí basta vosotros ni pasar de ahí hasta
nosotros» (16,26). Es el abismo que existe entre la vida y la no-vida, entre el
que está seguro de si mismo y el que asume el riesgo de poner su propia
existencia al servicio de los hermanos. IV Pablo exhorta
a su amigo Timoteo a que permanezca siempre firme en su fe, en busca de la
justicia, la piedad, la caridad. Teniendo en cuenta el llamado de atención que
hace Pablo en el versículo 10, donde afirma que la raíz de todos los males es
el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar por él, se extraviaron de la
fe y se atormentaron con muchos sufrimientos, enseguida viene la otra
exhortación al discípulo que huya de estas cosas y el llamado a vivir de los
valores del Reino. Pablo invita a Timoteo a que conserve el mandato del Señor,
a que se mantenga firme en su compromiso y busque siempre la vida eterna a la
que ha sido llamado y a la que ha hecho profesión solemne delante de muchos
testigos. Se llamaba
Lázaro (nombre derivado del hebreo el ‘azar que significa “Dios ayuda”), aunque
en vida no gozó, al parecer, de la ayuda divina. Le tocó en desgracia ser
mendigo, como a tantos millones de seres humanos hoy, estar postrado en el
portal de la casa de un rico sin nombre, uno de tantos, al que tradicionalmente
se le ha calificado de “epulón”, banqueteador. Lázaro o
“Dios ayuda” tenía en realidad pocas aspiraciones: se contentaba con llenarse
el estómago con lo que tiraban de la mesa del rico, las migajas de pan en las
que los señores se limpiaban las manos a modo de servilletas. Pero ni siquiera
esto pudo conseguirlo, pues nadie le hizo entrar a la sala del banquete. Para
colmo, unos perros callejeros, animales considerados impuros y en estado semisalvaje,
tan comunes en la antigüedad, se le acercaban para lamerle las llagas.
Imposible mayor marginación: pobreza e impureza de la mano. Nada dice el
evangelio de las creencias religiosas de este hombre, con razones sobradas para
dudar seriamente de la reconocida compasión divina para con el pobre y el
oprimido. Tal vez ni siquiera tuviese tiempo ni ganas de pararse a pensar en
semejantes disquisiciones teológicas. Tanto al rico
como al pobre les llegó la hora de la muerte, a partir de la cual se cambiarían
en el más allá las tornas, como pensaban los fariseos. Aunque, dicho sea de
paso, con esto del “más allá”, quienes hacían de la religión baluarte de
conservadurismo e inmovilismo han invitado mil veces a la resignación, tildada
de “cristiana”, a la paciencia y al mantenimiento de situaciones injustas a los
que las sufrían; en el más allá -se decía- Dios dará a cada uno su merecido.
Aunque siempre cabe pensar: ¿y por qué no ya desde el más acá? Para muchos
predicadores, satisfechos con la imagen de un Dios que “premia a los buenos y
castiga a los malos”, como el dios que profesaban los fariseos, la parábola
terminaba en el más allá contemplando el triunfo del pobre y la caída del rico.
Apenas se comentaba la última escena, clave importante para comprender su
mensaje. De ser así, esta parábola sería una invitación a aceptar cada uno su
situación, a resignarse, a cargar con su cruz, a no rebelarse contra la
injusticia, a esperar un más allá en el que Dios arregle todos los desarreglos
y desmesuras humanas. Entendido así, el mensaje evangélico se hermanaría con un
conformismo a ultranza que ayuda a mantener el desorden establecido, la
injusticia humana y las clases sociales enfrentadas. Pero esta
parábola no es una promesa para el futuro. Mira a la vida presente y va
dirigida a los cinco hermanos del rico, que continuaban -después de la muerte
de su hermano y de Lázaro- en la abundancia y el despilfarro. Por eso, el rico,
alarmado por lo que espera a sus hermanos si siguen viviendo de espaldas a los
pobres- pide a Abrahán que envíe a Lázaro a su casa, a sus hermanos, para que
los prevenga, no sea que acaben en el mismo lugar de tormento. Para cambiar la
situación en que viven sus hermanos, el rico epulón piensa que hace falta un
milagro: que un muerto vaya a verlos. Crudo realismo de quien conoce la
dinámica del dinero, que cierra el corazón humano a la evidencia de la palabra
profética, al dolor y al sufrimiento del pobre, a la exigencia de justicia, al
amor e incluso a la voz de Dios. El dinero deshumaniza. Me remito a la
experiencia de cada uno. Bien lo sabía
el profeta Amós cuando amenazaba a los ricos que se acostaban en lechos de
marfil, arrellanados en divanes y se daban a la gran vida entre comilonas,
música, vino abundante y perfumes exquisitos, sin dolerse del sufrimiento de
los pobres (Am 6,1a.4-7). Aquellos fingían devoción a Dios y veneración hacia
la ciudad santa y el templo, creyendo de este modo contentar a Dios y quedar
justificados. Pero el verdadero Dios no es amigo de una religión que separa el
culto de la vida, el incienso de la práctica del amor al prójimo. Este Dios,
según el libro del Deuteronomio, comparte suerte con el pobre, el huérfano, la
viuda y el extranjero; con todos aquellos a quienes los poderosos les han
arrebatado el derecho a una vida vivida con dignidad.
Para la
revisión de vida ¿En nuestra comunidad cristiana hay
proyectos que busquen mejorar el nivel de vida de las personas más pobres?
¿Hemos desarrollado una mentalidad crítica que nos permita ver la injusticia y
la violencia que se esconden tras la riqueza? ¿Enfrentamos el futuro con un
proyecto que busque una sociedad mejor o nos contentamos con vivir plácidamente
el presente? Para la
reunión de grupo Jesús, en la
parábola, no dice que el rico estuviera haciendo positivamente nada respecto al
pobre; no dice que lo explotaba, ni que lo maltrataba o despreciaba;
simplemente coexistía con el pobre; pero Jesús da por supuesto que al morir es
llevado a la condenación. ¿Cómo se explica? "Urge
traducir la parábola del rico malvado en términos económicos y políticos, en
términos de derechos humanos, de relaciones entre el primero, el segundo y el
tercer mundo" (Juan Pablo II en la ONU, 2.10.1979; cfr. igualmente
Redemptor Hominis 16, del 4.3.1979). Hacer una «lectura internacional actual»
de la parábola. Para la
oración de los fieles Por ese 15%
de la humanidad que acapara los recursos del mundo, frente a la inmensa masa de
los desheredados de la tierra: para que mediten atenta y compungidamente la
parábola de Jesús, roguemos al Señor... Por los
Lázaros de este mundo: para que comprendan que Dios no los quiere resignados a
su pobreza, sino que quiere su dignidad, su compromiso, su reivindicación... Por todos los
cristianos: para que comprendamos que nuestro cristianismo tiene mucho que ver
con esta situación del mundo... Por todos los
que pretenden una lectura simplemente interior o espiritualista del evangelio,
para que entiendan que Jesús hablaba en lenguaje directo y sin recurso a
simples metáforas cuando decía que había venido a dar la buena noticia a los
pobres... Oración
comunitaria Oh Dios Padre universal, que
en la corriente religiosa del judeo-cristianismo nos has dado esta sensibilidad
peculiar de encontrar un valor absoluto y espiritual a la Justicia, al Amor, a
la opción por la liberación del todo lo que oprime. Ayúdanos a mantenernos
siempre agradecidos en el don de esta corriente espiritual, sabiendo a la vez
abrirnos a las otras sensibilidades espirituales que Tú mismo has suscitado en
la Humanidad a través de las otras grandes religiones hermanas. Nosotros
concretamente te lo agradecemos por Jesús de Nazaret, Hijo tuyo y hermano
nuestro.
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