VIGESIMONOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura: Éxodo 17, 8-13 EVANGELIO 2-En una ciudad había
un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre. 3En la misma
ciudad había una viuda que iba a decirle: "Hazme justicia frente a mi
adversario". 4Por bastante tiempo no quiso, pero después pensó:
"Yo no temo a Dios ni respeto a hombre, 5pero esa viuda me está
amargando la vida; le voy a hacer justicia, para que no venga continuamente a
darme esta paliza". 6Y el Señor añadió: -Fijaos en lo que dice el juez
injusto; 7pues Dios ¿no reivindicará a sus elegidos, si ellos le
gritan día y noche, o les dará largas? 8Os digo que los reivindicará
sin tardar. Pero cuando llegue el Hombre, ¿qué?, ¿va a encontrar esa fe en la
tierra? COMENTARIOS I Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no
desanimarse en su intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para
ello deben ser constantes en la oración como la viuda lo fue en pedir justicia
hasta ser oída. Como todas las parábolas, ésta tiene también un final feliz, no tan
feliz como la vida misma. Porque, ¿cuánta gente muere sin que se le haga
justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo?
¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su
ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga
justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio
de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia
legalizada el Dios todopoderoso y justiciero? ¿Cómo permite el Dios de la paz y
el amor esas guerras tan sangrientas y crueles, la demencial carrera de
armamentos, el derroche de recursos para la destrucción del medio ambiente, la
existencia de un tercer mundo que desfallece de hambre, la consolidación de los
desniveles de vida entre países y ciudadanos? En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más
difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama 'papá'
('abbá'), para pedirle que 'venga a nosotros tu reino'. Desde la noche oscura
de este mundo, desde la injusticia estructural, resulta cada día más duro creer
en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador
del opresor. O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que
dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de
que Dios no es ni omnipotente ni impasible -al menos no ejerce-, sino débil,
sufriente, 'padeciente'; el Dios cristiano se revela más en el dar la vida que
en el imponer una determinada conducta a los humanos; marcha en la lucha
reprimida y frustrada de sus pobres, y no a la cabeza de los poderosos. El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su marcha hacia la
justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, debe insistir en la oración,
debe pedirle fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo
donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza. Hasta tanto se implante ese reinado divino, la situación del cristiano
en este mundo se parecerá a la descrita por Pablo en la carta a los Corintios:
«Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no
desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos
rematan; paseamos continuamente en nuestro cuerpo el suplicio de Jesús, para
que también la vida de Jesús se transparente en nuestro cuerpo; es decir, que
a nosotros, que tenemos la vida, continuamente nos entregan a la muerte por
causa de Jesús... » (2 Cor 4,8-10). El cristiano
no anda dejado de la mano de Dios. Por la oración sabe que Dios está con él.
Incluso la ausencia de Dios, sentida y sufrida, es ya para él un modo de
presencia. II
¿Y qué es rezar? ¿Pedirle a Dios lo que El ya sabe?
No. La oración del cristiano es, sobre todo, confesión de fe cierta y expresión
de nuestro firme deseo de que se implante la justicia de Dios en este mundo. Y
aceptación libre y agradecida de la vida y el amor del Padre.
Para
explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse les propuso esta
parábola. Jesús, en este mismo evangelio de Lucas, deja claro
que Dios conoce las necesidades de los hombres y se preocupa de que sean
satisfechas: «No estéis con el alma en un hilo, buscando qué comer o qué beber.
Son los paganos del mundo entero quienes ponen su afán en esas cosas, pero ya
sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de ellas». Pero entonces, si Dios sabe
lo que necesitamos y asegura que nos lo va a dar, ¿para qué sirve la oración?,
¿para qué tanto rezar? Jesús, sin embargo, insiste en que hay que rezar -y él mismo oraba a
menudo (Lc 3,21; 5,16; 6,12;
9,18.28s; 11,1; 22,32; 22,39-46)- y que hay que hacerlo sin desanimarse.
¿Entonces...? Quizá lo que nos pasa es que no sabemos qué es lo que hay que
pedir en la oración: a veces lo que presentamos ante Dios son nuestras
necesidades individuales, nuestros pequeños problemas y hasta nuestros
pequeños o grandes egoísmos. YA NO BASTA CON REZAR No basta con pedirle a Dios que reine sobre esta tierra: debemos
comprometernos en que ese proyecto se realice: «buscar que El reine, y eso se os dará por añadidura» (Lc 12,31), y
en la medida en que se vaya realizando, irán encontrando respuesta nuestras
justas aspiraciones; todo lo demás, la añadidura,
será fruto de la justicia que se establezca cuando los hombres acepten que
Dios reine sobre ellos, es decir, que las relaciones humanas se organicen de
acuerdo con la voluntad de Dios. La oración debe apoyarse en el compromiso: la
petición «llegue tu reinado» ha obtenido ya una primera respuesta: «buscad que
yo reine». ¿VA A ENCONTRAR ESA FE? La parábola se centra en la fe de
aquella viuda, que confiaba firmemente en alcanzar la justicia a la que tenía
derecho. Este es el sentido de la oración: no tanto recordarle a Dios lo que El
ya sabe, sino confirmar nuestra fe y nuestra esperanza de que se realice su
proyecto. Y rezamos no para que Dios se acuerde de nosotros, sino para que
nosotros no nos olvidemos de que El quiere ser Padre nuestro. Rezar, pues, no
es simplemente pedir. Rezar es creer. Creer que la justicia de Dios es la verdadera justicia
y la única solución definitiva a los problemas del hombre, y creer que es
posible esa justicia. Rezar es confesar y confirmar nuestra fe. Rezar es esperar. Pero no con los brazos cruzados, sino empujando con
toda nuestra fuerza para que se abrevie la espera. Rezar es decirle al Padre
que nos ha contagiado su urgencia. Rezar es amar. Agradecer a Dios la vida que nos ofrece y el amor que
nos muestra, decirle que aceptamos esa vida y que queremos corresponder a su
amor trabajando por la felicidad de toda la humanidad. La oración es respuesta
de amor y de solidaridad a un Dios solidario de los hombres. «Pero cuando
llegue el Hombre, ¿qué?, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?» III En este
pasaje, Lucas trata nuevamente del tema de la oración, subrayando la
insistencia en ella a base de la analogía del juez y la viuda. Esta es figura del
estamento más desamparado, describe la situación límite del pueblo que exige
justicia a sus dirigentes, a pesar de que éstos, representados por el juez
injusto, se la hayan negado sistemáticamente. No obstante, el pueblo no ceja en
la petición, referida en esta ocasión a la justicia/reivindicación, en conexión
con la llegada del reinado de Dios. La insistencia vence la resistencia del
juez injusto. Jesús se sirve
de esta analogía para invitar a los discípulos a afrontar la situación
presente. Si la oración insistente de la viuda ha acorralado al juez y lo ha
obligado a dictar una sentencia justa, con cuanta más razón «Dios ¿no hará
justicia a sus elegidos si ellos le gritan día y noche?» (18,7). «Los elegidos»
son el Israel mesiánico; hoy día, la comunidad cristiana. «Gritar día y noche»
es el grito de los oprimidos por el sistema injusto, que claman por un cambio
radical de las estructuras. La oración hace tomar conciencia de las propias
posibilidades y de la acción liberadora de Dios en la historia. Si bien las
circunstancias históricas han cambiado, la injusticia sigue estando presente en
nuestra sociedad. El cambio social es posible..., siempre que contemos con la
acción del Espíritu Santo (cf. 11,13). Jesús duda de que los suyos, los Doce,
sientan este deseo de justicia (18,7b). La «llegada del Hombre» (18,8)
constituía para Jesús el momento de la reivindicación, la destrucción de
Jerusalén (cf. 17,30). Los Doce no tendrán «esta fe», puesto que no han roto
todavía radicalmente con la institución judía. ¿La tenemos nosotros hoy?
¿Hemos hecho esta ruptura radical con los falsos valores de la sociedad
injusta, que malgasta todo en armamentos y dilapida los bienes de la creación? IV Esta parábola
del evangelio tiene un final feliz, como tantas otras, aunque así no suele
suceder siempre en la vida. Porque, ¿cuánta gente muere sin que se le haga
justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo?
¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su
ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga
justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio
de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia
legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y el amor esas guerras tan
sangrientas y crueles, el demencial armamento militar, el derroche de recursos
que destruyen el medio ambiente, el hambre, la desigualdad creciente entre
países y entre ciudadanos? En medio de
tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en
diálogo con ese Dios a quien Jesús llama “padre”, para pedirle que “venga a
nosotros tu reinado”. Desde la noche oscura de ese mundo, desde la injusticia
estructural, resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como
omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor. O tal vez
haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base las
páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni
omnipotente ni impasible –al menos no ejerce como tal-, sino débil, sufriente,
“padeciente”; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo una
determinada conducta a los humanos; marcha en la lucha reprimida y frustrada de
sus pobres, y no a la cabeza de los poderosos. El cristiano,
consciente de la compañía de Dios en su camino hacia la justicia y la
fraternidad, no debe desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza
para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros
señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza. No andamos
dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros.
Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante
es la constancia, la tenacidad. Moisés tuvo esa experiencia. Mientras oraba,
con las manos elevadas en lo alto del monte, Josué ganaba en la batalla; cuando
las bajaba, esto es, cuando dejaba de orar, los amalecitas, sus adversarios,
vencían. Los compañeros de Moisés, conscientes de la eficacia de la oración, le
ayudaron a no desfallecer, sosteniéndole los brazos para que no dejase de orar.
Y así estuvo –con los brazos alzados, esto es, orando insistentemente-, hasta
que Josué venció a los amalecitas. De modo ingenuo se resalta en este texto la
importancia de permanecer en oración, de insistir ante Dios. En la segunda
lectura Pablo también recomienda a Timoteo ser constante, permaneciendo en lo
aprendido en las Sagradas Escrituras, de donde se obtiene la verdadera
sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. El encuentro
del cristiano con Dios debe realizarse a través de la Escritura, útil para
enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. De este modo estaremos
equipados para realizar toda obra buena. El cristiano debe proclamar esta
palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo y reprochando a quien
no la tenga en cuenta, exhortando a todos, con paciencia y con la finalidad de
instruir en el verdadero camino que se nos muestra en ella. A quienes
tienen una mentalidad moderna, en la que ya no imaginamos a Dios como un
alguien que está «ahí afuera» y «ahí arriba» manejando los acontecimientos de
este mundo, la oración clásica de petición se les ha ido transformando en su
sentido. En un primer momento damos menos valor a la oración de petición:
descubrimos su carácter egoísta, y su intención de «utilizar a Dios»,
«servirse» de él más que de servirle. Llega un momento en que asimilamos esta
situación de estar en el mundo sin un «Dios tapa-agujeros» y le vemos menos
sentido a estar recurriendo a él a cada instante. Vamos tratando de asumir este
estar en el mundo «etsi Deus non daretur» (Grotius), como si dios no existiera.
O, como dijo Bonhoeffer: nos sentimos llamados a vivir ante Dios pero «sin
dios», es decir, sin poder echar mano de Dios; el Dios verdadero quiere que
seamos adultos, que asumamos nuestra responsabilidad. La oración
continúa teniendo sentido, obviamente, pero «otro sentido» que el de andar
estableciendo transacciones («yo te doy para que tú me des») con el «dios de
ahí arriba», que puede mejorarnos la salud, o facilitarnos alguna dificultad
del camino removiendo los obstáculos. La oración es otra cosa, para otra
finalidad, y sigue siendo bien necesaria, como la respiración, pero no sirve
para hacer milagros. Después de Copérnico y Newton, ya no hay milagros. Con una
«segunda ingenuidad», cabe permitirnos una forma leve (light) de oración de
petición: aquella forma de oración en la que sabemos que no pretendemos
realmente una «transacción» con Dios, ni ponerlo de nuestro lado (influirle,
hacerle cambiar de actitud), sino simplemente permitirnos expresarnos ante Dios
y ante nosotros mismos nuestras inquietudes, como un desahogo personal, con una
forma «teísta» de «hablar con el Misterio», como un modo de colocar nuestras
preocupaciones en el contexto de la voluntad de Dios y de consolidar nuestra
búsqueda de buscar esa voluntad. Sobre la
oración de petición y su necesaria reconsideración, ya se ha escrito mucho y
probablemente lo hemos estudiado bien. Lo que nos toca ahora es irnos haciendo
más y más consecuentes.
Para la
revisión de vida Como la viuda del evangelio, ¿soy
una persona perseverante, convencida, que sabe lo que quiere y no vacila, que
quiere lo que debe querer y en ello se realiza? ¿Sería yo capaz de pasar una
situación difícil... sin pedirle a Dios que intervenga, aceptando lo que sé de
que Dios no es un tapa-agujeros para mis debilidades o de las dificultades que
se me presentan en la vida? “A Dios rogando y con el mazo
dando”: ¿es lo que hago yo? Para la
reunión de grupo Hacer una
reunión de estudio en torno al tema de la oración de petición. Comenzar con
nuestras propias experiencias. Seguir con una iluminación teológica que puede
preparar alguien. Continuar con un diálogo o debate. Extraer algunas
conclusiones. Hay varios libros de Torres Queiruga sobre el tema. También los
libros de Lenaers, y de Spong, de la colección «Tiempo axial» (tiempoaxial.org)
tocan el tema. La viuda
también representa a las personas sencillas del pueblo que, a pesar de su
pequeñez e indefensión, encuentran en su fe fuerza para defender sus derechos,
que son derechos de los pobres, y como tales, derechos de Dios... ¿Cómo se
podría leer la parábola en este sentido, en un tiempo como el que vivimos de
“globalización” y de “mundialización del derecho”? Para la
oración de los fieles Por todos los
cristianos, para que creamos siempre en el valor de la oración, sin tener que
identificarla con un recurso mágico o un remedio fácil para nuestros problemas,
roguemos al Señor. -Por todos
los que claman a Dios desde situaciones insoportables de marginación a las que
el sistema económico actual los ha lanzado en las últimas décadas, para que
comprendan que Dios quiere tanto su oración como su compromiso organizativo,
social y político ("a Dios rogando y con el mazo dando")... Por todos los
cristianos que participan en la administración de la "cosa pública",
para que den ejemplo de celo por el bien común, frente a la ola de corrupción,
falta de ética y el individualismo que invade nuestra sociedad... Por los
cristianos que participan en la administración de la justicia, para que
comprendan que antes que cualquier otra cosa, lo que Dios espera de ellos es un
testimonio cabal de integridad y honradez... Para que la
sociedad acierte a superar esta situación de desencanto y pesimismo, de
individualismo y pasividad, de “fin de la historia” y ausencia de utopías... y
para que los cristianos hagamos gala de la fuerza inquebrantable que la fe
tiene para hacernos sostener nuestros brazos en alto... Oración
comunitaria Oh Dios, Padre de misericordia,
que miras con entrañas de Madre el sufrimiento de tus hijos e hijas: confiamos
a tu corazón la esperanza y la resistencia de todos nuestros hermanos y
hermanas que reclaman insistentemente una justicia que no saben de dónde les
llegará, y te pedimos nos des un corazón como el tuyo, para que armados de fe y
de coraje, resistamos la tentación de la desesperanza y permanezcamos firmes
junto a Ti en tu proyecto de crear un Mundo Nuevo, más digno de Ti y de
nosotros tus criaturas. Por nuestro Señor Jesucristo...
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