TRIGÉSIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura: Eclesiástico 35, 12-14. 16-18 EVANGELIO 10-Dos hombres subieron al templo
a orar. Uno era fariseo, el otro recaudador. 11E1 fariseo se plantó
y se puso a orar para sus adentros: «Dios mío, te doy gracias de no ser como
los demás: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco como ese recaudador. 12Ayuno
dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano». 13E1
recaudador, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar los
ojos al cielo; se daba golpes de pecho diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de este pecador!» 14Os digo que éste bajó a su casa
a bien con Dios y aquél no. Porque a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al
que se abaja, lo encumbrarán. COMENTARIOS 'Un fariseo'. La palabra 'fariseo' deriva, según la opinión más común,
del verbo arameo parash, que
significa 'separar'; de donde equivale a 'separado' o 'separatista'. Según esta
opinión, los fariseos eran gente que se separaba de la masa del pueblo judío y
se distinguía por su observación minuciosa de la Ley. Pero esta hipótesis no responde exactamente a la realidad, pues los
fariseos no huían de la gente, sino todo lo contrario: su meta era hacer
asequible y atractiva la práctica de la Torá o Ley de Moisés al mayor número
posible de gente. Para conseguir este objetivo habían creado una larga y
complicada casuística en torno a la Ley de Moisés con la finalidad de eximir
al pueblo de las duras exigencias de ésta, facilitando de este modo su
cumplimiento. El procedimiento, llevado a la exageración, había convertido la
observancia de la Ley en una 'carga insoportable' para el pueblo. Jesús atacó
duramente a los fariseos porque su enorme influencia sobre la conciencia del
pueblo sencillo constituía el obstáculo más serio para la implantación del
evangelio, cuya finalidad era liberar al pueblo de la opresión de la Ley,
reduciendo todos sus innumerables mandatos a dos: amor a Dios y al prójimo. Para quienes acepten esta hipótesis, 'fariseo' se deriva de perushi (persianizante), por la gran
afinidad entre las doctrinas fariseas sobre el más allá y la religión persa. - Un recaudador. Llamado comúnmente 'publicano' (en griego: telônês derivado de telos: impuesto). Con esta palabra se alude en los evangelios no
al jefe de aduanas, sino a un pequeño subalterno judío, cobrador de impuestos.
Los publicanos o recaudadores eran despreciados y tenidos por pecadores
públicos por sus vínculos con el poder romano ocupante y por sus frecuentes
abusos en el cobro de impuestos. De ahí que cualquier judío observante se
mantuviera alejado de ellos. Jesús no se atuvo a esa práctica: uno de sus
discípulos, Mateo, era recaudador; recaudadores y prostitutas formaban parte
de su compañía. Un fariseo y un recaudador son los protagonistas de esta parábola del
evangelio. El fariseo oraba de pie, como era costumbre hacerlo en la época, no
por soberbia. Era sincero al confesar no ser ladrón, ni injusto, ni adúltero.
Cumplía la Ley más de lo que la Ley misma prescribía: ayunaba dos veces por
semana (sólo era obligatorio ayunar el día de la expiación o Yom Kippur); pagaba el diezmo de todo lo
que ganaba (sólo estaba mandado pagar el diezmo de los frutos principales). Era
un piadoso judío. El recaudador, por el contrario, no tenía nada de qué enorgullecerse,
al parecer. Reconocía su propia indigencia delante de Dios, ante quien no cabe
otra postura. Paradójicamente, en la parábola queda mal el piadoso y bien el malo.
Dios condena la altanería de quienes, por sus buenas obras, miran a los demás
por encima del hombro. El engreimiento molesta a Dios y daña la convivencia
humana. II ¿Quiénes son los amigos de Dios? ¿Los buenos? ¿Los
que cumplen las leyes y las normas? ¿Los piadosos? Puede que sí; pero con
algunas condiciones: que sientan necesidad de esa amistad, que la acepten como
un regalo, que no desprecien a quienes no son como ellos, que no se crean los
únicos amigos de Dios.
Al introducir esta parábola, Lucas quiere dejar claro que va dirigida
a desenmascarar a los fariseos, y por una razón muy precisa: «Refiriéndose a
algunos que estaban plenamente convencidos de estar a bien con Dios y
despreciaban a los demás, añadió... » Si a alguno le extraña que Jesús discuta
tanto con los fariseos, en esta dedicatoria
encontrará algunas de las principales razones de esta permanente polémica.
Pero, además, la insistencia de los evangelistas en algún tema significa que,
en las comunidades a las que se dirigen, tal cuestión es importante. Lo que
significa que o en el mismo grupo de los discípulos de Jesús, o en las
comunidades para las que los evangelistas escriben, la influencia de las doctrinas
y las actitudes de los fariseos era un peligro que acechaba de cerca. Y no olvidemos que el evangelio tiene un valor permanente; en donde se
den circunstancias semejantes, sigue siendo válida hoy la dedicatoria de esta parábola. En cualquier caso, debe quedar claro
que Jesús no ataca a las personas individualmente consideradas; son las
actitudes fariseas lo que el evangelio combate.
Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo
el otro recaudador. El fariseo se plantó y se puso a orar para sus adentros:
«Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás: ladrón, injusto o adúltero;
ni tampoco como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmo de
todo lo que gano». La primera es su autosuficiencia: «estaban plenamente convencidos de
estar a bien con Dios». Se consideran «los buenos». Se sienten seguros,
«plenamente convencidos», y se atribuyen a sí mismos el mérito de su santidad, que consideran fruto de su
propio esfuerzo. Ellos -no los demás, ni siquiera Dios- son el centro del
cosmos. Los demás deben compararse con ellos para saber si están haciendo las
cosas como Dios quiere: «Dios mío, te doy gracias de no ser como los demás...
»Ni siquiera la ley es el punto central de referencia del fariseo: él va más
allá, paga todos sus impuestos al templo y ayuna con más frecuencia de lo que
está mandado -en la Biblia sólo se manda ayudar el día de la expiación (Nm 29,7; véase Hch 27,9) y en alguna época
probablemente otros cuatro días más (Zac 7,3-5; 8,19)-: «Ayuno dos veces por
semana y pago el diezmo de todo lo que gano». La segunda característica es consecuencia de la primera: «...y
despreciaban a los demás». Lógico. Si ellos con su propio esfuerzo han logrado
llegar a perfección tan alta, los
demás, que siguen hundidos en el fango
del pecado, son totalmente culpables de su situación y, por tanto,
despreciables. Quizá ésta es una de las características de los fariseos que
menos casan con el mensaje de Jesús. El propone a los hombres que se quieran,
que amen incluso a sus enemigos (Lc 6,27-38), y los fariseos excluyen de su
amor no ya a sus enemigos, sino a todos los que no son, no piensan o no actúan
como ellos. Y según ellos, todos éstos deben quedar también excluidos del amor
de Dios. La tercera característica es reducir la relación con Dios a un
intercambio mercantil. Más que dar gracias a Dios, el fariseo le pasa factura. Si él, por sus propios
méritos, ha llegado a ser tan bueno, Dios no tiene más remedio que pagarle por
su esfuerzo. Quiere convertir a Dios en su deudor.
El
recaudador, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar los
ojos al cielo; se daba golpes de pecho diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de este
pecador!» El cobrador de impuestos reconoce su limitación, su pecado. Sólo se atreve a pedir perdón. Su confianza está en Dios, sólo en Dios. No intenta disimular sus errores comparándose con otros más pecadores que él (que sin duda los había). Se limita a invocar la misericordia de Dios, a rogarle que le dé gratis su amor: « ¡Dios mío, ten piedad de este pecador! » No se atreve a prometerle nada, ni siquiera que se va a enmendar; pero en su actitud se refleja el deseo de cambiar de vida y la necesidad que tiene de que Dios le ayude a realizar este cambio.
Os digo que éste bajó a su casa a bien con Dios y
aquél no. Porque a todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo
encumbrarán. III
IV La influencia
y atracción del templo para los judíos se extendía incluso más allá de las
fronteras de Palestina, como lo mostraba claramente la obligación del pago del
impuesto al templo por parte de los judíos que no vivían en Palestina. Pagar
ese impuesto se había convertido en tiempos de Jesús en un acto de devoción
hacia el templo, porque éste hacía posible que los judíos mantuviesen una
relación saludable con Dios. En tiempos de Jesús, el cobro de impuestos no
lo hacían los romanos directamente, sino indirectamente, adjudicando puestos de
arbitrios y aduanas a los mejores postores, que solían ser gente de las élites
urbanas o aristocracia. Estas élites, sin embargo, no regentaban las aduanas,
sino que, a su vez, dejaban la gestión de las mismas a gente sencilla, que
recibía a cambio un salario de subsistencia. Los recaudadores de impuestos
practicaban sistemáticamente el pillaje y la extorsión de los campesinos.
Debido a esto, el pueblo tenía hacia estos cobradores de impuestos la más
fuerte hostilidad, por ser colaboracionistas con el poder romano. La población
los odiaba y los consideraba ladrones. Tan desprestigiados estaban que se
pensaba que ni siquiera podían obtener el arrepentimiento de sus pecados, pues
para ello tendrían que restituir todos los bienes extorsionados, más una quinta
parte, tarea prácticamente imposible al trabajar siempre con público diferente.
Esto hace pensar que el recaudador de la parábola era un blanco fácil de los
ataques del fariseo, pues era pobre, socialmente vulnerable, virtualmente sin
pudor y sin honor, o lo que es igual, un paria considerado extorsionador y
estafador. En su
oración, el fariseo aparece centrado en sí mismo, en lo que hace. Sabe lo que
no es: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco es como ese recaudador, pero no
sabe quién es en realidad. La parábola lo llevará a reconocer quién es,
precisamente no por lo que hace (ayunar, dar el diezmo...), sino por lo que
deja de hacer (relacionarse bien con los demás). El fariseo
decimos que ayuna dos veces por semana y paga el diezmo de todo lo que gana.
Hace incluso más de lo que está mandado en la Torá. Pero su oración no es tan
inocente. Lo que parecen tres clases diferentes de pecadores a las que él alude
(ladrón, injusto, pecador) se puede entender como tres modos de describir al
recaudador. El recaudador, sin embargo, reconoce con gestos y palabras que es
pecador y en esto consiste su oración. El mensaje de
la parábola es sorprendente, pues subvierte el orden establecido por el sistema
religioso judío: hay quien, como el fariseo, cree estar dentro, y resulta que
está fuera; y hay quien se cree excluido, y sin embargo está dentro. En el relato se ha presentado al fariseo como
un justo y ahora se dice que este justo no es reconocido; debe haber algo en él
que resulte inaceptable a los ojos de Dios. Sin embargo, el recaudador, al que
se nombra con un despectivo “ése”, no es en modo alguno despreciable. ¿Qué
pecado ha cometido el fariseo? Tal vez solamente uno: mirar despectivamente al
recaudador y a los pecadores que él representa. El fariseo se separa del
recaudador y lo excluye del favor de Dios. Dios,
justificando al pecador sin condiciones, adopta un comportamiento
diametralmente opuesto al que el fariseo le atribuía con tanta seguridad. El
error del fariseo es el de ser “un justo que no es bueno con los demás”,
mientras que Dios acoge graciosamente incluso al pecador. Esta parábola
proclama, por tanto, la misericordia como valor fundamental del reino de Dios.
Con su comportamiento el recaudador rompe todas las expectativas y esquemas,
desafía la pretensión del fariseo y del templo con sus medios redentores y
reclama ser oído por Dios, ya que no lo era por el sistema del templo y por la
teología oficial, representada por el fariseo. Si la
interpretación de la parábola es ésta, entonces se puede vislumbrar por qué
Jesús fue estigmatizado como amigo de recaudadores y de pecadores y por qué fue
crucificado finalmente por las élites de Jerusalén con la ayuda de los romanos
y el pueblo. En esta parábola se cumple lo que leemos en la primera lectura del libro del Eclesiástico: “Dios no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja”. Dios está con los que el sistema ha dejado fuera. Como estuvo con Pablo de Tarso, como se lee en la segunda lectura, que, a pesar de no haber tenido quien lo defendiera, sentía que el Señor estaba a su lado, dándole fuerzas.
Para la
revisión de vida Analicemos : ¿cómo es mi manera de
tratar con Dios? ¿Cómo hago oración? ¿Me creo mejor
que los demás? ¿Tengo conciencia de mi ser pecador?
¿Soy humilde ante Dios y ante los hermanos? ¿Abro mi corazón al amor gratuito de
Dios? Para la
reunión de grupo ¿Qué
actitudes "farisaicas" conocemos: en el mundo, en la Iglesia, en
nuestro país, en nuestro ambiente...? ¿Qué es lo
esencial del "fariseísmo"? ¿Por qué es contrario al Evangelio? ¿Tenemos algo
también nosotros de ello? ¿Cómo podríamos evitarlo? ¿Qué podemos hacer para
comprometernos en la superación del fariseísmo en la sociedad y en la Iglesia? «Dios no es
parcial contra el pobre»... Ser «neutral entre ricos y pobres», ¿es la actitud
de Dios? ¿Se puede ser neutral en la lucha de clases (o el “conflicto de
intereses sociales”)? ¿Se puede vivir una vida en plenitud sin definirse ante
los pobres y desheredados? Para la
oración de los fieles Para que el
Señor nos dé a todos el conocimiento íntimo de nuestras limitaciones y de
nuestros pecados, de forma que nunca despreciemos a los demás, roguemos al
Señor. Para que
seamos humildes, "andando en la verdad", sin enorgullecernos ni
infravalorarnos, Para que
nuestras comunidades sean ejemplo de relaciones fraternas maduras, donde cada
uno ponga todos sus dones al servicio de los demás y todos valoren los dones
-pequeños o grandes- que Dios dio incluso al más pequeño de los hermanos... Para que la
Iglesia dé al el mundo el ejemplo de ser una comunidad en cuyo seno sus
miembros no buscan el poder ni el arribismo, sino el servicio desinteresado y
humilde... Para que la
comunidad cristiana, siempre esté del lado de los pobres, tomando partido
incondicionalmente por la Justicia y por los «injusticiados»... Oración
comunitaria Dios Padre Nuestro, cuyo Hijo se
encarnó en nuestro linaje humano despojándose de sus títulos de gloria y
pasando por "uno de tantos": enséñanos a caminar tras sus huellas,
poniendo nuestro corazón sinceramente en la verdadera gloria: el dar nuestra
vida humildemente en el amor y el servicio. Así te lo pedimos gracias al
ejemplo que nos dio Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina, y lucha y
camina con nosotros, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos
de los siglos. Amén.
|
|
|