TRIGESIMOSEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura: 2 Macabeos 7, 1-2. 9-14 EVANGELIO -Maestro, Moisés nos dejó
escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos,
cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano". 29Bueno, pues
había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. 30El
segundo, 31el tercero y así hasta el séptimo se casaron
con la viuda y murieron también sin dejar hijos. 32Finalmente murió
también la mujer. 33Pues bien, esa mujer, cuando llegue la resurrección,
¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete? 34Jesús les
respondió: -En este mundo, los hombres y
las mujeres se casan; 35en cambio, los que han sido dignos de
alcanzar el mundo futuro y la resurrección, sean hombres o mujeres, no se
casan; 36es que ya no pueden morir, puesto que son como ángeles, y,
por haber nacido de la resurrección, son hijos de Dios. 37Y que
resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza,
cuando llama al Señor "el Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob".
38Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él
todos ellos están vivos. 39Intervinieron unos
letrados: -Bien dicho, Maestro. 40Porque ya no se
atrevían a hacerle más preguntas. COMENTARIOS I Tener muchos hijos en Palestina era una bendición del cielo; morir sin
hijos, la mayor de las desgracias, el peor de los castigos celestiales... Para
evitar esto último, el libro del Deuteronomio prescribía lo siguiente: «Si dos
hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de
casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con
ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el
nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel» (Dt
25,5-7). Es la conocida ley del
“levirato” (palabra derivada del latín (evir:
cuñado). Pues bien, refiere el evangelio de Lucas que se
acercaron a Jesús unos del partido saduceo y «le propusieron esto: -Maestro,
Moisés nos dejó escrito: 'Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero
no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano'. Bueno, pues
había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. El segundo, el
tercero y así hasta el séptimo se casaron con la viuda, y murieron también sin
dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Pues bien, esa mujer, cuando
llegue la resurrección, ¿ de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de
los siete?» Pregunta capciosa que trataba de poner en ridículo la doctrina de la
resurrección y el más allá, en la que los afiliados al partido saduceo no
creían. Este partido estaba formado por sumos sacerdotes y senadores, la
aristocracia religiosa y seglar de la época, conocidos por su riqueza. Por ser
ricos admitían como palabra de Dios sólo los cinco primeros libros de la Biblia,
considerando sospechosos de herejía los escritos de los profetas, que atacaban
sin piedad a los ricos propugnando una mayor justicia social. Los saduceos,
como ricos, pensaban que Dios premia a los buenos y castiga a los malos en este
mundo; en consecuencia, se consideraban buenos y justos, pues gozaban de
riqueza y poder, signos claros del favor divino. Negaban la resurrección y el
más allá: aceptar la posibilidad de un juicio de Dios tras la muerte suponía
para ellos perder la seguridad de una vida basada en el poder y en el dinero. Sus oponentes, los fariseos, creían en el más allá, que imaginaban
como una continuación de la vida terrena, aunque más perfecta, hasta el punto
de hablar de una fecundidad fantástica del matrimonio en la otra vida. A la pregunta de los saduceos, Jesús respondió: «-En esta vida, los
hombres y las mujeres se casan; en cambio, los que sean dignos de la vida
futura y de la resurrección, sean hombres o mujeres, no se casarán; porque ya
no pueden morir, puesto que serán como ángeles, y, por haber nacido de la
resurrección, serán hijos de Dios. Y que resucitan los muertos lo indicó el
mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: 'El Dios de Abrahán
y Dios de Isaac y Dios de Jacob.' Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos: es
decir, que para él todos ellos están vivos» (Lc 20,27-38). En contra de los saduceos, Jesús afirma la existencia de otra vida,
tras la muerte. Pero la vida que perdura, en contra de lo que imaginaban los
fariseos, no es una mera prolongación de la vida orgánica, porque no está
sujeta a la muerte. La ausencia de muerte en el más allá quita sentido, por
tanto, a la perpetuación de la vida por medio de las relaciones sexuales. Quienes ya lo tienen
todo en este mundo, como los saduceos, se incomodan también hoy con la
aventura de un más allá inquietante y desestabilizador. Tal vez por esto lo
nieguen o vivan como si no existiera. II Los saduceos -sumos sacerdotes y senadores-,
negociantes de la religión y dueños de la tierra, no creían en la vida eterna,
no creían en el
cielo. ¿ Qué falta les hacía? Ellos se
habían construido aquí su cielo, convirtiendo la tierra en el infierno de los
pobres. Por eso les interesaba más un Dios de muerte que un Padre de la vida. EL MATERIALISMO DEL DINERO El partido saduceo era, en
tiempos de Jesús, el partido de los ricos. Estaba formado por los sumos sacerdotes, enriquecidos gracias
al negocio en que habían convertido la religión y los senadores, los dueños de la tierra, los grandes terratenientes de
Palestina. Era éste un partido conservador en
lo religioso y en lo político. Se entiende que fuera así: tenían mucho que
conservar. Vivían bien, mejor que nadie, tenían poder, dinero, privilegios,
honores..., ¿qué necesidad tenían de que nada cambiara? Sólo aceptaban los cinco primeros libros del Antiguo Testamento. Los
demás entre los que naturalmente estaban los libros de los profetas que
condenaban la insaciable ambición de los ricos y la traición de los que habían
hecho de la religión un instrumento para domesticar, dominar y explotar al
pueblo, y en los que Dios se manifestaba al lado de los oprimidos y explotados-
no los consideraban libros sagrados. Tampoco aceptaban la resurrección. Lo importante para ellos era el
dinero, y más allá de la tumba, el dinero no tiene valor alguno. Además, si no
había más vida que ésta, eso significaba que contaban con la benevolencia de
Dios: su prosperidad material era la
prueba de su amistad con Dios.
Maestro,
Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero
no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano». Bueno, pues
había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. El segundo, el
tercero y así hasta el séptimo se casaron con la viuda y murieron también sin
dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Pues bien: esa mujer, cuando
llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de
los siete? En Israel existía una ley que establecía que si un hombre moría sin
hijos, sus hermanos, empezando por el mayor, tenía la obligación de casarse con
su viuda para darle descendencia, pues el primer hijo que naciera de esta unión
se consideraría legalmente como hijo del difunto: «Si dos hermanos viven juntos
y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un
extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales
de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y
así no se extinguirá su nombre en Israel» (Dt 25,5-6). Esta costumbre sirve a
los saduceos para plantear a Jesús una pregunta sobre la resurrección, en la
que ellos no creían. La manera de hacer la pregunta revela su ideología,
su concepto del matrimonio: una pura relación legal destinada a la reproducción
de la especie. Y es precisamente esa manera de entender el matrimonio lo que
hace que su argumento no tenga valor alguno: «En este mundo, los hombres y la
mujeres se casan; en cambio, los que han sido dignos de alcanzar el mundo
futuro y la resurrección, sean hombres o mujeres, no se casan; es que ya no
pueden morir, puesto que son como ángeles, y por haber nacido de la
resurrección, son hijos de Dios». En la vida futura, después de la
resurrección, las relaciones entre los seres humanos no estarán determinadas
por la necesidad de perpetuar la especie, pues la vida de los individuos «que
han sido dignos de alcanzar el mundo futuro y la resurrección» es definitiva, y
como ya no hay muerte, no hay peligro de que desaparezca la humanidad: la
relación entre ellos consistirá en un amor gratuito y fraternal. UN
DIOS DE VIVOS Jesús termina su respuesta con un argumento que debió de dejar aún más
desconcertados a los saduceos: «Y que resucitan los muertos lo indicó el mismo
Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al señor "el Dios de
Abrahán, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob". Y Dios no lo es de muertos,
sino de vivos; es decir, para él todos ellos están vivos». A
ellos no les interesa un Dios de la vida, sino un Dios de la muerte; prefieren
que los pobres piensen que «es mejor que Dios no se acuerde de nosotros» y que
los desgraciados sientan miedo ante un Dios que justifica la injusticia de los
fuertes. No les va un Dios al que sólo le interesa la vida, la presente y la
futura. No les conviene un Dios que propone a los hombres que vivan y ayuden a
vivir, amando a los demás sin límites; a ellos, que vivían a costa de la vida
de los pobres, no les interesa un Dios que, presente en el mundo en un hombre
pobre del pueblo, asegura la vida definitiva a todos los que se preocupen por
la vida -por la vida presente- de sus semejantes. Prefieren un Dios que amenace
muerte. Pero el de Jesús es un Dios de vivos. Es el Dios del amor y de la vida. III LA CASUÍSTICA TÍPICA
DE UNA RELIGIÓN DE MUERTOS Una vez que
Jesús ha hecho enmudecer a los fariseos, los saduceos se envalentonan y tratan,
también ellos, de atraparlo en las redes de su casuística. Los saduceos
representan la casta sacerdotal privilegiada, a la que pertenece la mayoría de
los sumos sacerdotes. Dentro del entramado social del judaísmo, son los
portavoces de las grandes familias ricas, que viven y disfrutan de los copiosos
donativos de los peregrinos y del producto de los sacrificios ofrecidos en el
templo. El tesoro del templo, que ellos custodian y administran, venía a ser
como la Banca nacional. No hay que confundirlos con la casta formada por los
simples sacerdotes, muy numerosa y más bien pobre. A los saduceos no les interesa
en absoluto que se hable de una retribución en la otra vida, puesto que ya se
la han asegurado en la presente. Por eso Lucas precisa: «Los que niegan que
haya resurrección» (20,27). Son unos materialistas dialécticos, pues
contradicen la expectación farisea de una vida futura donde se realice el reino
de Dios prometido a Israel. Quieren ridiculizar la enseñanza de Jesús, que, en
parte, coincide con la creencias de los fariseos sobre la resurrección de los
justos (cf. 14,14), inventándose un caso irreal de una mujer que, conforme a la
Ley del levirato, se ha casado sucesivamente con siete hermanos (Dt 25,5) por el hecho de haber muerto uno tras
otro. ¿De quién sería mujer si existiese la resurrección de los muertos? Nos
hallaríamos, arguyen insidiosamente, ante un caso flagrante de poliandria. La respuesta
de Jesús sigue dos caminos. Por un lado, no acepta que el estado del hombre
resucitado sea un calco del estado presente. La procreación es necesaria en
este mundo, a fin de que la creación vaya tomando conciencia, a través de la
multiplicación de la raza humana, de las inmensas posibilidades que lleva en su
seno: es el momento de la individualización, con nombre y apellido, de los que
han de construir el reino de Dios. No existiendo la muerte, en el siglo futuro,
no será ya necesario asegurar la continuidad de la especie humana mediante la
procreación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel distinto,
propio de ángeles («serán como ángeles»), en el que dejarán de tener vigencia
las limitaciones inherentes a la creación presente. No se trata, por tanto, de
un estado parecido a seres extraterrestres o galácticos, sino a una condición
nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de
espacio y de tiempo: «por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios»
(20,36). Por otro
lado, apoya el hecho de la resurrección de los muertos en los mismos escritos
de Moisés de donde sacaban sus adversarios sus argumentos capciosos: «Y que
resuciten los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza,
cuando llama Señor "al Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de
Jacob" (Ex 3,6). Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para
él todos ellos están vivos» (Lc 20,37-38). La promesa hecha a los Patriarcas
sigue vigente, de lo contrario Moisés no habría llamado 'Señor' de la vida al
Dios de los Patriarcas si éstos estuviesen realmente muertos. Para Jesús no
tiene sentido una religión de muertos («y Dios no lo es de muertos, sino de
vivos»), tal y como hemos reducido frecuentemente el cristianismo. Los
primeros cristianos eran tildados de ateos ('sin Dios') por la sociedad romana,
porque no profesaban una religión basada en el culto a los muertos, en
sacrificios expiatorios, en ídolos insensibles. JESÚS CONTRAATACA Algunos
letrados, viendo que sus enemigos más encarnizados eran acorralados por las
respuestas de Jesús, y no atreviéndose ya a formularle más preguntas, optan por
reconocer su agudeza: «Bien dicho, Maestro» (20,39). Jesús aprovecha la ocasión
para pasar al contraataque: «¿Cómo dicen que el Mesías es sucesor de David?, si
David mismo dice en el libro de los Salmos: "Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha, mientras hago de tus enemigos estrado de tus pies"
(Sal 110,1). De modo que David lo llama Señor; entonces, ¿cómo puede ser
sucesor suyo?» (Lc 20,41-44). IV En la primera
lectura encontramos el testimonio heroico y edificante de una madre y de sus
siete hijos, que entregan la vida antes que rendirse a los caprichos del
emperador de turno. La madre de los macabeos representa también la figura del
pueblo de Israel, y el número de siete hijos, la plenitud de la familia de
Israel, en la que debe primar la unidad, la libertad, la identidad y la defensa
de los derechos religiosos, económicos, sociales, culturales. En la segunda
lectura, vemos cómo según Pablo el testimonio coherente y fiel debe identificar
a los seguidores de Jesús. Tanto las palabras como las obras deben
transparentar la fuerza viva del Resucitado, en sus vidas y en sus comunidades. Y en el
evangelio, de lo dicho por Jesús a los saduceos, que tratan de riculizar la fe
en la resurrección, podemos concluir que tendremos vida en plenitud. Para Jesús
la resurrección va más allá de la prolongación indeterminada de esta vida, de
la que sólo Dios puede dar explicación, y que para nosotros resultará siempre
un misterio inefable. A esto apela Jesús con plena humildad y sencillez delante
de quienes le escuchan, recordando la sana tradición de su pueblo de reconocer
que el “Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob no es un Dios de
muertos, sino de vivos, porque para él todos viven”. A pesar de que estos
patriarcas han muerto ya, Dios sigue cuidando a su pueblo, en el que nunca la
muerte ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios para con sus hijos. La
certeza del amor incondicional de Dios –Padre y Madre para con sus hijos– debe
ayudarnos a mantener siempre una memoria agradecida con todos nuestros
antecesores –padres y madres– que nos han precedido y nos han dejado como
herencia la riqueza de nuestra fe, nuestra cultura y nuestro territorio; y a
quienes recordamos con veneración, aunque hayan fallecido. La vida eterna
dependerá de lo que desde ahora hagamos como una opción decidida por defender
la vida de nuestros hermanos. Gozar hoy la vida nueva es practicar
cotidianamente la justicia y el amor por los demás; es tener la certeza de
alcanzar en el día de mañana la vida plena, fortaleciendo en el hoy de nuestras
relaciones humanas valores que nos humanicen y dignifiquen.
Los saduceos
eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en
sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros
cinco libros de la Biblia, que atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos
apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias
de cambio en la historia, a la otra vida... lo consideraban ideas “liberacionistas”
de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que
existía era la presente, y en ella eran los privilegiados –tal vez por eso,
pensaba que no había que esperar otra–. A esa manera
de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o
sea, los jefes de las familias aristocráticas y tenían sus propios escribas
que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar
teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que
tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar
otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la
apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres
paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y
concesiones que agrandaban sus fortunas. Los fariseos
eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida
austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más
firmemente arraigada era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban
abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la
resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para
siempre. Jesús estaba
ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo
a la Causa del Reino –en lo que se jugaba la vida–, era desenmascarar las
intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a
los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer
lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de
hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a
Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante
todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su
especialidad: la ley de Moisés. La posición
de Jesús en este debate con los saduceos puede sernos iluminadora para los
tiempos actuales. También nosotros, como la sociedad culta que actualmente
somos, podemos reaccionar con frecuencia contra una imagen demasiado fácil de
la resurrección. Cualquiera de nosotros puede recordar las enseñanzas que
respecto a este tema recibió en su formación cristiana de catequesis infantil,
la fácil descripción que hasta hace 50 años se hacía de lo que es la muerte
(separación del alma respecto al cuerpo), lo que sería el juicio particular, el
juicio universal, el purgatorio (si no el limbo, que fue oficialmente «cerrado»
por la Comisión Teológica Internacional del Vaticano hace unos pocos años), el
cielo y el infierno (¡!)... La teología
(o simplemente la imaginería) cristiana, tenía respuestas detalladas y
exhaustivas para todos estos temas. Creía saber casi todo respecto al más allá
y no hacía gala precisamente de sobriedad ni de medida. Muchas personas «de
hoy», con cultura filosófica y antropológica (o simplemente con «sentido común
actualizado») se ruborizan de haber creído semejantes cosas, y se rebelan, como
aquellos saduceos coetáneos de Jesús, contra una imagen tan plástica, tan
incontinente, tan maximalista, tan fantasiosa, tan segura de sí misma. De
hecho, en el ambiente general del cristianismo, se puede observar un prudente
silencio sobre estos temas otrora tan vivos y hasta tan discutidos. En el
acompañamiento a las personas con expectativas próximas de muerte, o en las
celebraciones en torno a la muerte, no hablamos ya de los difuntos ni de la
muerte de la misma manera que hace unas décadas. Algo se está curvando epistemológicamente
en la cultura moderna, que nos hace sentir la necesidad de no repetir ya lo que
nos fue dicho, sino de revisar y repensar lo que podemos decir/saber/esperar. Como a
aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben
ustedes de qué están hablando...». Qué sea el contenido real de lo que hemos
llamado tradicionalmente «resurrección» no es algo que se pueda describir, ni
detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio
que apenas podemos intuir, pero no concretar. Una resurrección entendida
directa y llanamente como una «reviviscencia», aunque sea espiritual (que es
como la imagen funciona de hecho en muchos cristianos formados hace tiempo),
hoy no parece sostenible, críticamente hablando. Tal vez nos
vendría bien a nosotros una sacudida como la que dio Jesús a los saduceos.
Antes de que nuestros contemporáneos pierdan la fe en la resurrección y con
ella, de un golpe, toda la fe, sería bueno que hagamos un serio esfuerzo por
purificar nuestro lenguaje sobre la resurrección y por poner de relieve su
carácter mistérico. Fe sí, pero no una fe perezosa y fundamentalista, sino una
fe seria, sobria, crítica, y bien formada. Hay libros adecuados para esto, que
recomendamos más abajo. Para la
revisión de vida Ante la pregunta de los saduceos,
que niegan la resurrección, Jesús proclama la vida más allá de la muerte. El es
la vida y la Resurrección: “quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá. La
alianza del Dios vivo es con la vida y con los hombres vivos. El Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no es un Dios de muertos, sino de
vivos. ¿Cómo se manifiesta en mí la vida que Jesús representa? Para la
reunión de grupo Andrés Torres Queiruga ha publicado hace muy
poco su libro Repensar la Resurrección, Trotta, Madrid 2003, 372 pp. También,
recordamos aquellos tres libros que recomendábamos hace muy pocas semanas: Roger
Lenaers, Otro cristianismo es posible, colección «Tiempo axial», Abya Yala (www.abyayala.org), Quito, Ecuador, 2007,
con un capítulo expreso sobre el más allá, la vida eterna. El libro está puesto
en internet y es muy recomendable como manual de texto para un grupo de
formación que quiera actualizar su fe con valentía. Puede tomarse libremente,
por capítulos (http://2006.atrio.org/?page_id=1616).
También, John Shelby Spong, Ethernal
Life. A new vision, HarperCollins, 2010, 288 pp, que ha sido traducido y
está a punto de ser publicado en español por la editorial Abya Yala de Quito, en
su colección «Tiempo axial» (tiempoaxial.org). Hace ya unos
30 años Leonardo Boff publicó su libro sobre escatología: Hablemos de la otra
vida (Sal Terrae, que sigue reeditándolo actualmente; y está en la red por
cierto). Es una visión de los temas escatológicos desde una filosofía
actualizada y desde una espiritualidad liberadora. Para la
oración de los fieles Por la
Iglesia, para que sea portadora de vida y esperanza para todos los que viven
los horrores de la violencia, la guerra y la muerte. Por los
huérfanos y las viudas que han perdido a sus seres queridos en la guerra, para
que la esperanza de la resurrección se traduzca en gestos verdaderos de vida. Por todos los
que trabajan por la Justicia y Paz, para que su voz y sus gritos solidarios
generen caminos nuevos de concordia y unidad. Por los
enfermos terminales y por los que agonizan, para que al final de sus vidas
puedan descubrir la presencia de Dios como un Dios de vivos y no de muertos. Por los que
son perseguidos y amenazados de muerte por causa del evangelio, para que la
presencia de Jesús Resucitado los anime y acompañe en medio de sus
dificultades. Oración
comunitaria Padre, la esperanza en la
resurrección es un don misterioso que no acabamos de comprender, y que en todas
las tradiciones religiosas se expresa de mil maneras. Ilumínanos para que
vivamos cada momento de nuestra vida con la certeza de que Tú nunca nos vas a
abandonar y ni vas a dejar que nos perdamos. Nosotros te lo pedimos por Jesús,
hijo tuyo y hermano nuestro.
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