TRIGESIMOTERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO "C" Primera lectura: Malaquías 3, 19-20a EVANGELIO 6- Eso que
contempláis llegará un día en que no dejarán piedra sobre piedra que no
derriben. 7Entonces le hicieron
esta pregunta: -Maestro, ¿cuándo va a ocurrir
eso? y ¿cuál será la señal cuando eso esté para suceder? 8Él respondió: -Cuidado con dejarse extraviar,
porque van a llegar muchos diciendo en nombre mío "Yo soy" y
"El momento está cerca"; no os vayáis tras ellos. 9Cuando
oigáis estruendo de batallas y subversiones, no tengáis pánico, porque eso
tiene que suceder primero pero el fin no será inmediato. 10Entonces dijo a los
discípulos: -Se alzará nación contra nación
y reino contra reino, 11habrá grandes terremotos y, en diversos
lugares, hambre y epidemias; habrá fenómenos terribles y señales grandes en el
cielo. 12Pero antes de todo
eso os perseguirán y os echarán mano, para entregaros a las sinagogas y
cárceles y conduciros ante reyes y gobernadores por causa mía. 13Tendréis
en eso una prueba. 14Ahora, haced el propósito de no preocuparos por
vuestra defensa, 15porque yo os daré palabras tan acertadas que
ninguno de vuestros adversarios podrá haceros frente o contradeciros. 16Hasta
vuestros padres y hermanos, parientes y amigos, os entregarán y os harán morir
a algunos. 17Seréis odiados de todos por razón de mi persona, 18pero
no perderéis ni un pelo de la cabeza. 19Con vuestra constancia
conseguiréis la vida. COMENTARIOS La situación de persecución, injusticia y opresión en que vivían los
primeros cristianos les hará anhelar con toda el alma el fin del mundo y la
consiguiente venida del Mesías. Tales eran las expectativas a este respecto en
las primitivas comunidades cristianas, que Pablo tuvo que ponerse serio con
algunos miembros de ellas. Así escribía a los Tesalonicenses: «A propósito de
la venida de nuestro Señor, Jesús el Mesías, y de nuestra reunión con él, os
rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis con
supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el
día del Señor está encima» (2 Tes 2,1-2). Hasta tal punto estaban convencidos
muchos cristianos de la inminente llegada del fin del mundo, que incluso habían
dejado de trabajar para esperarla. Pablo, por su parte, los invita a «retraerse
de todo hermano que lleve una vida ociosa», y afirma tajantemente: «El que no quiera trabajar, que no coma» (2 Tes 3,6ss). Esto sucedía el año 51 de nuestra era. El fin del mundo no llegó, y los cristianos se
vieron obligados por las circunstancias a aplazar su llegada. En el evangelio
de Lucas -escrito después del año 70 de nuestra era, fecha de la destrucción
del templo de Jerusalén por las legiones de Tito- aparece clara la actitud que
deben adoptar los cristianos ante este tema: «Como algunos comentaban la belleza
del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, Jesús dijo: -Eso que
contempláis llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre
piedra. Los discípulos le preguntaron: Maestro, y ¿ cuándo va a ocurrir
esto?> y ¿cuál es la señal de que está para suceder?» Según la mentalidad
judía, el mundo se acabaría el día en que el templo de Jerusalén fuese
destruido; preguntar por la destrucción del templo equivalía a indagar sobre el
fin del mundo. Jesús no respondió directamente a la pregunta de los discípulos.
Dijo: «Cuidado con no dejarse extraviar; porque van a venir muchos usando mi
titulo, diciendo “ése soy yo”, y que el momento está cerca; no los sigáis.
Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque
esto tiene que suceder primero, pero el final no será inmediato... Se alzará
nación contra nación y reino contra reino, y habrá grandes terremotos, en
diversos lugares, hambre y epidemias; sucederán cosas espantosas y se verán
portentos grandes en el cielo.» Ni las guerras, ni las revoluciones, ni las
catástrofes naturales, ni los falsos mesianismos de cualquier clase anuncian
el fin del mundo, cuya fecha de caducidad desconocemos. Más aún, antes de este final, el cristiano habrá de padecer mucho: «Os
perseguirán, os echarán mano, llevándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os
conducirán ante reyes y gobernadores por causa mía, pero no perderéis ni un
pelo de la cabeza; con vuestro aguante conseguiréis la vida» (Lc 21,1-19). En
lugar de satisfacer la curiosidad de los discípulos sobre la fecha de la
destrucción del templo y consiguiente fin del mundo, Jesús los invita a no
desanimarse ante todo lo que tendrán que sufrir antes de que llegue el fin. Ni
siquiera la destrucción del templo de Jerusalén será anuncio de la venida inmediata
del Mesías (Lc 21,20-24). La tarea del discípulo en este mundo es dar
testimonio de Jesús, en medio de persecuciones de todo tipo, apuntando con su
estilo de vida a otro mundo y otro orden de cosas que acabe con este desorden
de odios, guerras y luchas fratricidas. Las restantes indagaciones sobre el fin
del mundo son embrollos que a nada conducen. Pura pérdida de tiempo. II
¿El fin del mundo? ¿Qué mundo es el que se acaba?
Desde los primeros días de su existencia la comunidad cristiana se encontró con
el problema de que muchos de sus miembros no tenían otra preocupación que la
del fin del mundo físico. Y no era ésa la cuestión. Se acababa, sí, un mundo;
¡pero para que naciera una nueva humanidad! EL FIN DEL MUNDO Algunos cristianos de Tesalónica estaban seguros de que el mundo
estaba para acabarse y el Señor a punto de volver a este mundo para reunirse
definitivamente con sus seguidores. Pablo se dirige a aquella comunidad con una carta en la que trata este
tema, primero desde un punto de vista doctrinal y, al final, desde sus aspectos
prácticos: a esta parte pertenece la segunda lectura de este domingo. Por lo visto, algunos de los miembros de la
comunidad, convencidos de que el mundo estaba ya para acabarse, no hacían otra
cosa que esperar que el fin llegara: «Es que nos hemos enterado de que alguno
de vuestros grupos viven en la ociosidad...»; en relación con ellos, Pablo no
se anda con demasiadas contemplaciones: «el que no quiera trabajar, que no
coma». Con estas palabras, Pablo se refiere al trabajo en general, pero sin
duda está pensando también en la tarea propia del cristiano: el anuncio del
evangelio «para que el mensaje del Señor se propague rápidamente y sea acogido
con honor como entre vosotros» (2 Tes 3,1). Y es que todavía hay mucho
trabajo por hacer. Porque la historia de la humanidad no ha llegado a su fin
todavía; pero algunos mundos si que
se deben terminar. NO HABRÁ RESTAURACIÓN Los discípulos de Jesús conocían las tradiciones que decían que antes
del renacimiento de la nación judía y de la destrucción total de sus enemigos
sucedería un gran desastre. Por eso no se extrañan demasiado cuando Jesús,
refiriéndose al templo, cuya grandeza algunos estaban admirando, dijo que «Eso
que contempláis llegará un día en que no dejarán piedra sobre piedra que no
derriben». Ellos interpretaron aquellas palabras como el anuncio de la ruina
que, según la tradición, precedería a la restauración definitiva, y piden a
Jesús que les explique con detalle cuál será el momento en que sucederá el
desastre («Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso?») y cuál la señal que revelará a
los que hayan permanecido fieles que la restauración se va a producir («¿cuál
será la señal cuando eso esté para suceder?»). Jesús responde desengañando a sus discípulos: no habrá restauración.
La ruina del templo de Jerusalén será definitiva; desde ahora, la relación de
los hombres con Dios no estará limitada por un lugar, ni por las paredes de un
templo, ni por unas leyes, ni por determinadas prácticas religiosas, ni por la
pertenencia a una raza o a una nación. Ese es uno de los mundos que llega a su fin. El de una religión hecha
de ritos y de leyes, de miedos y de prohibiciones, que olvida que Dios no
necesita nuestras alabanzas y oculta que Dios quiere que tomemos conciencia de
que nos necesitamos unos a otros. Debe acabarse ya el mundo en el que la
religión separa en vez de unir, asusta en lugar de ofrecer un camino para la
alegría; debe desaparecer una religión que, convertida en un negocio, siente
miedo ante la felicidad, el placer, la autonomía del individuo, la libertad de
la persona... Ese mundo ya llega a su fin.
Pero antes de
todo eso os perseguirán y os echarán mano, para entregaros a las sinagogas y
cárceles y conduciros ante gobernadores y reyes por causa mía... Ahora haced el
propósito de no preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan
acertadas que ninguno de vuestros adversarios podrá haceros frente o
contradeciros. Hubo gente que no pudo soportar que Jesús se atreviera
a decir esas cosas: ya sabemos lo que hicieron con él. Y la historia volvería a
repetirse, una y otra vez, desde los primeros días de vida de la comunidad
cristiana. Jesús lo advierte a sus discípulos: ellos también serían objeto de
la persecución de quienes siguen empeñados en que los viejos esquemas se mantengan. No será fácil, pero tampoco hay que tener miedo. El promete que estará
junto a cualquiera de sus seguidores que sea perseguido y acusado y que se hará
cargo de su defensa, y se compromete a asegurar la vida de aquellos que, fieles
a su palabra y firmes en el compromiso, no vivan en la ociosidad, preocupados
por el fin del mundo o por su propio fin, sino que se mantengan constantes en
la actividad de acelerar el fin de este
mundo y favorezcan el crecimiento de la nueva humanidad. Jesús terminará su
respuesta animando a sus discípulos e invitándolos a ser optimistas: «Cuando
empiece a suceder esto, poneos derechos y alzad la cabeza, porque está cerca
vuestra liberación» (Lc 21,28; véase comentario núm. 1). III
«Como algunos comentaban la belleza del templo por
la calidad de la piedra y los exvotos, dijo: "Eso que contempláis, llegará
un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra"»
(21,5-6). No hay duda de que los que hablan en voz alta pertenecen al grupo de
discípulos (cf. Mc 13,1, de quien Lucas depende). Apenas acaba
Jesús de advertirles del peligro fariseo, cuando una facción del grupo de
discípulos, que se ha sentido aludida, le recalca la grandiosidad del templo,
sin darse cuenta -ni querer darse cuenta- de que ésta no es sino una
concreción de la ampulosidad y fastuosidad que ostentan los letrados. Son los
miembros más religiosos y observantes del grupo. Son los que se sentirían bien
en cualquier religión que les ofreciese seguridades. Los que siguen plenamente
identificados con las estructuras sociales, políticas y religiosas de Israel.
Se quedan boquiabiertos ante tanta belleza y magnificencia. Su fe, su
religiosidad se apoya en estas piedras. Los
comentarios van dirigidos a Jesús, que -por lo que se ve - no se dejaba
impresionar por la grandiosidad de aquellas construcciones. Tratan de llamar su
atención con el fin de ganárselo para su causa. La respuesta de Jesús más que
una jarra es un balde de agua fría. También es la tercera vez que predice la
destrucción del templo (cf. 13,35; 19,44). Esos 'días venideros' son los mismos
de 5,35: la ejecución del Mesías, el Esposo, coincidirá con la destrucción del
templo (cf. 23,45). El derribo material no será sino una consecuencia del éxodo
definitivo fuera del templo de la presencia -gloria- de Dios por el hecho de
haber convertido ellos 'este lugar', que había sido concebido como 'casa de
oración' (19,46), 'tienda de reunión' (Hch 7,46), en 'una cueva de bandidos'
(Lc 19,46b), un templo 'fabricado por mano de hombres' (Hch 7,48), para gloria
y alabanza... de los poderosos. Dios no quiere edificios singulares que
apuntalen el poder, sino lugares funcionales. LOS FANÁTICOS ESPECULAN SOBRE LA CAÍDA DE
JERUSALÉN «Entonces otros le preguntaron: "Maestro,
¿cuándo va a ocurrir eso?, y ¿cuál será la señal cuando eso esté para
suceder?"» (21,7). Mientras los fariseos proclamaban que era necesario
orar y observar fielmente la Ley para que no sobreviniese el desastre y algunos
discípulos todavía creían en el templo y en su fastuosidad, otros intentan
sacar provecho de las palabras proféticas de Jesús -¡pero si se veía venir! - e
instrumentalizarlo al servicio de sus ideales nacionalistas y patrióticos. El
desastre para éstos no es definitivo, sino el momento en que Dios intervendrá
con mano poderosa en favor de su pueblo, la señal para empezar la revuelta (el
cumplimiento de la profecía de las setenta semanas de Daniel 9,24-27) -hoy la llamaríamos
'la cruzada' o 'guerra santa'-, revuelta que debería culminar con la derrota de
los paganos (Dn 7,27). Cuando los poderosos están demasiado bien armados como
para hacer guerras santas, entonces organizamos cruzadas moralizantes, campañas
en pro de la vida (en abstracto), movimientos fundamentalistas, todo menos
cambiar radicalmente la escala de valores de la sociedad consumista que
provoca las crisis mundiales, las guerras civiles y los pequeños desastres
familiares. SIEMPRE EXISTEN
MESÍAS DISPUESTOS A SALVAR A (SU) MUNDO Jesús trata
de conjurar la mentalidad zelota y fanática que los invade y que irá in crescendo en los momentos de la gran
derrota nacional: «¡Alerta!, no os dejéis extraviar; porque muchos llegarán
sirviéndose de mi título, diciendo: "Este soy yo" y "El momento
está cerca"; no os vayáis tras ellos. Cuando oigáis estruendo de batallas
y revoluciones, no tengáis pánico, porque es preciso que esto ocurra primero,
pero el fin no será inmediato» (21,8-9). Para Jesús, el desastre no comporta
restauración (después de su fracaso en la cruz, los apóstoles le preguntarán
si es entonces el momento de la restauración del reino para Israel, Hch 1,6; no
han cambiado en absoluto de mentalidad). Ahora bien: dentro de la comunidad
judeocreyente surgirán en el momento de la gran prueba falsos profetas que
atribuirán a Jesús el papel de restaurador de Israel («Yo soy»: el Mesías
nacionalista) y anunciarán la inminencia de su intervención («El momento está
cerca»). De profetas siempre los hay, verdaderos y falsos. Tenemos que
recuperar el don del discernimiento de espíritus; hemos optado por lo más
fácil: apagar el espíritu de profecía; así, no nos estorban los verdaderos
profetas, pero hemos dejado vía libre a los profetas de desventuras. LOS IMPERIOS CAEN
COMO MOSCAS Jesús amplía
el horizonte mezquino y cerrado de los discípulos, anunciándoles que,
desgraciadamente, guerras, terremotos, hambre y señales asombrosas las habrá
siempre (21,10-11). Resume, en pocas palabras, toda la historia de la humanidad
futura. Todos los términos que emplea tienen doble sentido: luchas de poder,
revoluciones sociales, miserias del tercer, cuarto y... enésimo mundo, crisis
económicas asoladoras. Entre la destrucción de Jerusalén y del templo, secuela
de la ejecución del Mesías, y los desastres mundiales que se sucederán, se
repetirá la historia: la persecución de los discípulos por parte de los poderes
judíos y paganos. Esto los confirmará en la verdad de su postura. PROFECÍA Y
APOLOGÉTICA SON INCOMPATIBLES Las persecuciones
de que serán objeto los discípulos de Jesús deben ser consecuencia de una
actuación inspirada por el Espíritu Santo. Para poder aplicar este criterio y
discernir el futuro (o el pasado, en nuestro caso), Lucas nos depara un
argumento inestimable: «Meteos en la cabeza (lit. "en vuestros
corazones", por ser el "corazón" el equivalente de
"mente" en nuestra cultura) que no tenéis que preparar vuestra
defensa, porque yo os daré palabras tan acertadas (lit. "una boca y una
sabiduría") que ninguno de vuestros adversarios podrá haceros frente o
contradeciros» (21,14-15). La
puntualización que hace referencia a la 'defensa propia / apología' es típica
de Lucas (no se encuentra en el pasaje paralelo de Mc 13,11) y, además, es la
segunda vez que la formula (cf. Lc 12,11-12). La razón de esta precisión
terminológica la hallaremos en el libro de los Hechos: Lucas ofrece aquí un
criterio válido para emitir un juicio ecuánime sobre los múltiples intentos
apologéticos de Pablo ante los tribunales religiosos y civiles de Jerusalén y
Cesarea, todos ellos en vano (cf. Hch 22,1; 24,10; 25,8.16; 26,1.2.24). Pero no
se detiene aquí. También nosotros podemos aplicarlo a presuntas persecuciones
de que es objeto la iglesia o determinadas personalidades eclesiásticas en nuestros
días. Si se hace apologética, además de ser ineficaz y estéril, podría muy bien
ser un signo de que no se cuenta con el Espíritu Santo ni con la profecía, como
sucedió a Pablo. Tan eficaces como pretendemos ser, sirviéndonos de los medios
de comunicación y de las técnicas modernas, y cuán poco hemos avanzado -mas
bien parece que retrocedemos- en servirnos de los medios más adecuados que nos
proporciona el Espíritu. Su fuerza está en el interior del hombre... Pero
nosotros debemos presentarle la expresión, para que hable por nuestra boca y
piense con nuestra cabeza. Que eso funciona, Lucas lo deja entrever en el caso
de Esteban, el modelo de discípulo. Sus adversarios, como en el caso de Jesús,
no «podían hacer frente al espíritu y a la sabiduría con que hablaba» (Hch
6,10); por esto tuvieron que sobornar a falsos testigos y hacerlo callar por la
fuerza... de las piedras. Hoy día se acalla a los profetas con la fuerza de las
metralletas. IV Durante la
historia del cristianismo, también el final del mundo ha sido un tema siempre
presente. Formaba parte de la identidad cristiana, diríamos. Ser cristiano
implicaba creer que nuestra vida va a acabar con un juicio de Dios sobre
nosotros, y también la existencia del mundo como conjunto: Dios decidiría en
algún momento -muy probablemente por sorpresa- el final del mundo, y toda
humanidad sería convocada a juicio, en el Valle de Josafat por más señas, junto
a la muralla oriental del templo de Jerusalén (lo que convirtió a ese valle en
un cementerio muy cotizado...). Este concepto
del final del mundo estaba enmarcado (hasta ayer mismo, cuando nosotros éramos
niños) dentro del contexto de una cosmovisión que imaginaba a Dios como un
«Señor todopoderoso», situado fuera del mundo, encima, en un segundo piso
celestial, observando y con frecuencia interviniendo en el mundo, en el que se
debatía la humanidad que Él había creado allí para superar una prueba y pasar a
continuación a la vida definitiva, que ya no sería aquí en la tierra, sino en
otro lugar, en «un cielo nuevo y una tierra nueva», porque la vieja tierra
sería destruida con el final del período de prueba de la Humanidad. A
continuación ya todo sería una vida eterna en el cielo -o en el infierno tal
vez para algunos-. Ruboriza hoy,
y casi parece caricatura, contar o describir aquella visión que durante siglos
se identificó con la doctrina cristiana... Durante siglos la creyeron revelada
por Dios mismo. Dudar de aquella visión o de cualquiera de sus detalles era
tenido como un pecado (grave) de «falta de fe» y -peor aún- como un desacato a
la revelación (todavía más grave). Sobre la visión global o el «gran relato»
–porque realmente era un relato– que el cristianismo presentaba (pecado
original, juicio particular, juicio universal, cielo, purgatorio o infierno...)
no era permitido dudar. Hoy nos
podemos llevar las manos a la cabeza al caer en la cuenta de qué parte tan
grande de toda esta visión estaba constituida por tradiciones mitológicas
ancestrales, pensamiento platónico... ¡Genial Platón!, que logró crear una
«imagen» del mundo que cautivaría la imaginación de la humanidad por
generaciones y generaciones, durante varios milenios... hasta hoy. La revolución
científica comenzada en el siglo XVI fue destruyendo aquella cosmovisión
platónico-aristotélica del cristianismo: las esferas celestiales, los siete
cielos, la separación entre el mundo perfecto supra-lunar y el imperfecto o
corruptible o infra-lunar, la descripción tan viva de los «novísimos» (muerte,
juicio, infierno y gloria...). Pero lo que en la visión científica o el
conocimiento simplemente físico de las personas iba desmoronándose, se
refugiaba en la visión religiosa, como si el cielo de la fe fuera el aristotélico-platónico,
aunque el cielo astronómico fuera totalmente otro. Hoy día, con
el avance que la ciencia ha realizado, la escatología (rama de la ciencia que
trata del «eskhatos, lo último») no sabe dónde colocar eso último, ni cómo
conectarlo con lo que hoy sabemos todos. Y por eso cuesta seguir hablando de
«lo último» dentro de las coordenadas teológicas tradicionales: unas realidades
últimas que eran pensadas como conectadas directamente con la «prueba» y el
«juicio de Dios» sobre nosotros, y una «vida eterna» vista como el premio o
castigo correspondiente... La vida, la muerte, y la posible continuidad o no de
la vida... todo ello era planteado en las coordenadas de aquella visión mítica
(Dios arriba, que decide crear una humanidad y la pone a prueba para llevar a
quienes la superen a la vida eterna...). Tan acendrada
está esta convicción mítica del «Dios que crea a los humanos en una vida
provisional para probar si pueden acceder a la vida eterna», que todavía hoy,
muchos cristianos, no sólo siguen pensando así, sino que no ven la posibilidad
de que vida, muerte y más allá de la muerte sean dimensiones existenciales
humanas que deban dejar de ser «utilizadas» con la idea de premios y castigos
de Dios a los humanos por su conducta. Muchos predicadores tendrían hoy
dificultades para enfocar su homilía superando esa interpretación
tradicional... Pero
afortunadamente, «otro cristianismo es posible». Es posible... porque ya es
real: ya lo viven muchos, y algunos incluso dan razón de esta su fe, y su nueva
esperanza, desligada de premios y castigos. No es éste el lugar para presentar
toda una escatología renovada, pero sí para remitir a tres obras recomendables
a quien trate de replantear su fe fuera del paradigma premoderno mítico: - Roger
Lenaers sj, Otro cristianismo es posible, Abya Yala, Quito, Ecuador, 2006
(tiempoaxial.org), y - las «12
tesis del obispo John Shelby Spong», que pueden ser encontradas en la mayor
parte de los buscadores de internet. - la revista
Concilium dedicó recientemente un número monográfico a la «resurrección de los
muertos», en noviembre de 2006 (el número 318). Completamos
con una referencia tradicional a las tres lecturas de hoy: Malaquías, a
través de un lenguaje apocalíptico, alienta al pueblo justo que sirve
enteramente al Señor, indicándoles que ya llegará el día en que se hará sentir
la justicia de Dios sobre los que no guardan su ley; que ellos no son los que
realmente dirigen el caminar de la historia, sino que es el Dios amante de la
vida quien la guía, conduciéndola por el camino de la paz y de la vida. Todos
los que caminan por el camino del Señor serán iluminados por el “sol de la
justicia” que irradia su luz en medio de la oscuridad, en medio del dolor y la
muerte. El salmo que
leemos hoy es un himno al Rey y Señor de toda la Creación, quien dirige con
justicia a todos los pueblos de la tierra, quien es amoroso y fiel con el
pueblo de Israel. Dios es un Dios justo, que merece ser alabado por todos, pues
ha derrotado la muerte y ha posibilitado la vida para todos; por ello toda la
Creación lo alaba, celebra la presencia de ese Dios misericordioso y justo en
medio del pueblo liberado. Es un salmo de agradecimiento por los beneficios que
el pueblo ha recibido por tener su esperanza puesta en el Dios de la Vida. Muchos de los
creyentes de Tesalónica, específicamente las “clases superiores”, pensaron que
no debían preocuparse por las cosas de la vida cotidiana, como el trabajo, y
que más bien debían esperar, de brazos cruzados, la inminente venida del Señor
y dedicarse a la ociosidad. Pablo llama fuertemente la atención sobre esta
errada actitud, pues son personas que viven del trabajo ajeno, son explotadores
de los otros (esclavos) y que, gracias a ello, acumulan riquezas sin esforzarse
en absoluto. Es a ellos a quienes Pablo se dirige fuertemente: el que no quiere
trabajar que no coma (v.10), ya que esta actitud no es propia de la enseñanza
de los apóstoles. Puede ser que la presencia magnífica del templo de Jerusalén alentara la fe de los judíos hasta el punto de ser más significativos la arquitectura y el poder de la religión que el mismo Dios de Israel; pudo ser que fueran más importante los sacrificios, el ritual, la construcción majestuosa que las actitudes exigidas por el mismo Dios para un verdadero culto a él: la misericordia y la justicia social. Por eso Jesús afirma que el templo será destruido, pues éste no posibilita una relación legítima con Dios y con los hermanos, sino que crea grandes divisiones sociales e injusticias que contradicen el fin de una experiencia de fe. Es importante ir descubriendo en nuestra vida que la experiencia de fe debe estar atravesada por el servicio incondicional a los demás, es así como vamos sintiendo el paso de Dios por nuestra existencia y es así como vamos construyendo el verdadero templo de Dios, el cual no se debe equiparar con edificaciones ostentosas, sino con la Iglesia-comunidad de creyentes que se inspira en la Palabra de Dios y se mantiene firme en la esperanza de Jesús resucitado.
Muchas sectas fundamentalistas
anuncian desde estos textos el fin del mundo e invitan a la conversión para ser
parte de los que se van a salvar. Otra gente, por sus múltiples ocupaciones, no
se preocupa ni siquiera por el transcurrir de la historia y el desenvolvimiento
de los acontecimientos. ¿Soy insensible ante los acontecimientos de injusticia,
desigualdad y muerte que estamos viviendo? Para la
reunión de grupo El tema de la muerte y el más allá ha sido
utilizado por el mensaje cristiano como un instrumento de miedo y de control.
El temor a la muerte, al juicio de Dios, a la posibilidad de la «condenación»,
ha brillado como la estrella polar en el firmamento del imaginario cristiano
milenariamente. Hoy se hace una gran crítica a esta utilización del mensaje.
¿Por qué? ¿Qué piensa
el pensamiento moderno más avanzado sobre la transcendencia y el más allá de la
muerte? ¿Qué aporta la nueva ciencia frente a la «ciencia materialista» de
décadas pasadas? Hacer un pequeño «trabajo de campo» preguntando a la gente que
está a nuestro alcance qué piensan sobre estos temas, y por qué. Para la
oración de los fieles Por las
comunidades cristianas que trabajan solidariamente por los pobres, marginados y
excluidos, para que su testimonio de vida sea signo ante el mundo del Reino. Por todos los
que trabajan por implantar en la tierra un nuevo orden social, para que sus
luchas y esfuerzos vayan creando nuevos caminos de libertad. Por tantos
cristianos insensibles ante el dolor y el sufrimiento de muchos de sus
hermanos, para que el Espíritu de Jesús los toque en su corazón y puedan
generar acciones que conforten y ayuden a los demás. Por los que
son perseguidos por causa del evangelio, para que Jesús los acompañe, los
conforte y les dé valor. Por la
Iglesia, para que sea ante el mundo testimonio de Jesús y fermento en la
construcción del reino de Dios. Por las
victimas de la guerra; viudas, huérfanos y desplazados, para que el Señor
suscite en muchos cristianos la generosidad y el amor solidario. Oración
comunitaria Dios Padre-Madre de la Humanidad, a
quien todos los pueblos han buscado a tientas desde el origen de la historia,
en mil formas religiosas, en las más diversas tradiciones espirituales que se
han sucedido a lo largo de los milenios. Abre nuestros ojos y nuestras mentes
para saber valorar la inmensa riqueza de tu acción en la historia, para que
estemos abiertos a tu acción imprevisible, capaz de sorprendernos con nuevos
caminos religiosos allí mismo donde nos parece ver crisis de la religión o
increencia. Te lo pedimos asociándonos al clamor universal de todos los hombres
y mujeres, pueblos y tradiciones, que te han buscado y encontrado a lo largo de
la historia. Amén. Señor y Padre de la historia,
enséñanos a transformar las relaciones entre los seres humanos haciendo una
historia humana de amor, de libertad, de justicia, y de paz, que nos lleve a la
construcción de la humanidad nueva donde se explicite de manera efectiva el
Reino de Dios. Por Jesucristo Nuestro Señor.
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