NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
CICLO "C" Primera lectura: 2 Samuel 5, 1-3 EVANGELIO -A otros ha salvado; que se
salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido.
36También los
soldados se burlaban de él; se acercaban y le ofrecían vinagre 37diciendo: -Si tú eres el rey de los
judíos, sálvate. 38Además, tenía puesto
un letrero: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS 39Uno de los
malhechores crucificados lo insultaba. ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a
nosotros 40Pero el otro se lo
reprochó: - Y tú, sufriendo la misma pena,
¿no tienes siquiera temor de Dios? 41Además, para nosotros es justa,
nos dan nuestro merecido; éste, en cambio, no ha hecho nada malo. 42Y añadió: - Jesús, acuérdate de mí cuando
vengas como rey. 43Jesús le respondió: - Te lo aseguro: Hoy estarás
conmigo en el paraíso. COMENTARIOS I Acostumbrados a reyes déspotas y tiranos, los contemporáneos de Jesús
habían olvidado los orígenes de la realeza y la razón de ser del rey. La
práctica política de los reyes y gobernadores de la época tenía muy poco que
ver con las esperanzas que el pueblo hebreo había depositado desde los orígenes
en la figura del rey, mesías, el ungido de Dios. Al pie de la cruz, «los jefes del pueblo comentaban con soma: -A otros
ha salvado; que se salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido. También los
soldados se acercaban para burlarse de él, y le ofrecían vinagre diciendo: -Si
eres tú el rey de los judíos, sálvate. Además tenía puesto encima un letrero:
'El Rey de los judíos es éste.' Uno de los malhecho-res crucificados lo
escarnecía diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. Pero
el otro lo increpó: -¿Ni siquiera tú, sufriendo la misma pena, tienes temor de
Dios? Y la nuestra es justa, nos dan nuestro merecido; en cambio, éste no ha
hecho nada malo. Y añadió: Jesús,
acuérdate de mí cuando vuelvas como rey. Jesús le respondió: -Te lo aseguro:
Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,35-43). Jesús no se bajó de la cruz y, sin embargo, era rey,
pero no como lo entendían quienes se mofaban de él. Toda su vida había ejercido
la realeza, sin pertenecer, por ello, a la jerarquía política del país o a la
aristocracia sacerdotal. La monarquía había surgido en Israel pasa que el rey hiciera de
valedor y administrador de justicia. El libro primero de Samuel cuenta cómo se
acercó la gente al profeta para decirle: «Mira, tú te has hecho viejo y tus
hijos no siguen tu camino. Danos, pues, un rey para que nos juzgue, como todos
los pueblos » (1 Sm 8,5). Juzgar y gobernar eran palabras sinónimas entre los
hebreos. La función principal del rey era administrar una verdadera justicia
en favor de los más indefensos, socialmente hablando, único medio para asegurar
el bienestar de todos dentro de la comunidad: «El rey justo hace estable el
país; el que lo carga de impuestos, lo arruina» (Prov 29,4). Pero esta preocupación del rey por la justicia no era una actividad
estrictamente forense. Debía ser, ante todo, un esfuerzo de ayuda en favor del
débil, un volcarse en bien de los más necesitados. El salmista, hablando del
rey ideal, dice así: «Que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los
hijos del pobre y quebrante al explotador» (Sal 72,4). La sensibilidad o
preocupación por la justicia social constituía, para los hebreos, la piedra de
toque del verdadero rey. Por ser fiel a este modelo de realeza, terminó en la cruz, tras pasar
la vida defendiendo la causa de los indefensos, de los socialmente tachados, de
los oficialmente pecadores, de los habitantes de la periferia de la vida. Uno
de éstos, crucificado junto a él, reconoció su realeza: «Acuérdate de mí cuando
vengas como rey. Jesús le respondió: -Hoy estarás conmigo en el paraíso.» El paraíso comienza cuando el rey, gobernador del país, se dedica por
entero a atender la causa de los pobres, los parados, los marginados,
convirtiéndose en su más decidido defensor, en su más firme valedor. Un rey así
no tiene otro trono que la cruz, símbolo de la entrega por amor a la causa de
los pobres; suele morir, con frecuencia, víctima de la injusticia estructural
contra la que lucha. Poco habían entendido
de la realeza quienes decían a Jesús con sorna: «-Que se salve, si es el
Mesías de Dios... Si eres tú el rey de los judíos, sálvate.» El rey no está
para salvarse, sino para salvar a los que la injusticia del sistema condena a
muerte a diario. Sólo en este sentido podemos hablar de Cristo Rey. II Desnudo, sirviendo de espectáculo para los
desocupados y objeto de burla para los jefes; amargo el paladar por el vinagre
y la traición, inmovilizado y colgado de una madero, sometido a las más crueles
de las torturas, agonizante... ESTE ES EL REY. No hay, pues, lugar para el
triunfalismo. «CRISTO REY» A veces, cuando hemos querido expresar qué significa que Jesús Mesías
es rey, en lugar de leer el evangelio nos hemos dado una vuelta por los palacios
de la tierra y, sin demasiado espíritu critico, hemos ido colgando de Jesús
toda la autoridad y la gloria que nos hemos encontrado en ellos: tronos
majestuosos, coronas de oro, mantos de púrpura, centros de plata y piedras
preciosas... y leyes, muchas leyes con sus correspondientes castigos... Otras veces, con el pretexto de que Jesús es el rey del universo,
hemos intentado someter, si no el universo entero, al menos una buena parte de
él a nuestros caprichos, a nuestros intereses o a nuestros dogmas, y hemos
usado para ello incluso la violencia, la tortura... y hasta la muerte. Y así,
el nombre de Jesús, su mensaje sobre el reinado de Dios, se han presentado
muchas veces de una manera que nada tiene que ver con lo que él pretendía: ni
con su manera de ser Mesías, ni con el proyecto de nueva humanidad contenido en
el anuncio de que Dios quiere reinar en el mundo de los hombres. ACUSADO DE SER UN REY MÁS En el evangelio de Lucas, de todas las veces que alguien se dirige a
Jesús para llamarle «rey», sólo en dos de ellas los que lo hacen tienen buena
intención. La primera vez, en la entrada de Jesús en Jerusalén; allí, los
discípulos aclaman a Jesús con estas palabras: «¡Bendito el que viene como rey en nombre del Señor!»
Entendieran lo que entendieran los que decían esto, una cosa es clara: Jesús se
presenta como un rey distinto a los reyes de este mundo. El es rey pacífico,
que no utilizará la violencia para reinar, y rey humilde (Zac 9,9): no usa una
cabalgadura propia de reyes (la muía, véase 1 Re 1,33), sino la de los
campesinos (el asno). En el resto de las ocasiones en que alguien llama a Jesús rey (Lc
23,2.3.37.38) es para acusarlo -y condenarlo- de meterse en política, de tener
ambiciones de poder, de querer ser un rey más. Jamás, en el evangelio de Lucas,
se dice que Jesús afirmara que él era o pretendía ser rey; pero ésta es la
acusación que los dirigentes de su nación presentan ante el gobernador romano:
«Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, impidiendo que se
paguen impuestos al César y afirmando que él es Mesías y rey» (Lc 23,2). Y
consiguen la condena a muerte, y la ejecución. Y es entonces, mientras la
muerte se va acercando con una cruel lentitud, cuando todos pueden ver escrito
quién es aquel condenado: «ESTE ES EL REY DE LOS JUDíOS». ¡Y QUÉ CLASE DE REY! Allí está. En aquel majestuoso trono: un patíbulo, un lugar de
tormento; y la corona... de espinas; y sin otro manto que su propia piel; y en
las manos el hierro frío y penetrante de los clavos; y sus leyes y sus amenazantes
castigos... «Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Y su poder... Los que están allí presentes, los que lo habían llevado
a aquella situación y a aquel estado, le proponen que haga uso de su poder
para demostrarles que es verdaderamente rey. Para ellos, un rey lo primero que
debe hacer es salvarse a sí mismo, y ésa es la prueba que piden a Jesús de su
realeza: «A otros ha salvado; que se salve él, si es el Mesías de Dios, el
Elegido». Tenían la prueba, «a otros ha salvado», pero no podían aceptarla de
ninguna manera. Ni los que se estaban sirviendo del pueblo -habían convertido
la religión en un negocio, ni el pueblo, víctima de ellos, podían comprender
que Jesús no es rey para servirse de su realeza, sino para ponerse al servicio
de los hombres y darles la oportunidad de convertirse en un pueblo de hombres
libres, en un «linaje real» (Ap 1,6; 5,10). Sólo uno de los presentes sabe reconocer a un rey en aquel cuerpo
magullado: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey» (1a segunda vez que
alguien llama «rey» a Jesús con buena intención). Por eso, «el buen ladrón»
será el primero en experimentar lo radicalmente verdadera que es la liberación
que ofrece Jesús: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». Este
es Cristo Rey: el que perdona a los que le asesinan, el que no usa la violencia
ni otra fuerza cualquiera en beneficio propio, el que se ha jugado la vida
enfrentándose a los poderosos para que reine en el mundo un Dios que, porque
es Padre, no quiere súbditos, sino hijos que vivan como hermanos. III
a) «El pueblo» (distinto
de la «gran muchedumbre del pueblo» del v. 27) es figura de Israel; curiosidad
burlona (como los mirones de 14,29): «lo presenciaba» (23,35a). b) «Los jefes, a su
vez, comentaban con soma: "A otros ha salvado; que se salve él, si él
es el Mesías de Dios, el Elegido"» (23,35b).
No pueden concebir un Mesías que muera (será otro Mesías impostor, como
tantos los había habido), pues 'el Mesías de Dios' ha de salvar al pueblo, ni
un Elegido (cf. Is 42,1) abandonado por Dios; fomentan la idea de un mesianismo
triunfante. c) «También los soldados se acercaban para burlarse de él y
le ofrecían vinagre, diciendo: "Si tú eres el rey de los judíos,
sálvate"» (23,36-37): los
ejecutores del poder despótico romano no pueden comprender a un rey que no hace
nada para defenderse y le manifiestan su odio, simbolizado por el 'vinagre'. d) «Además, tenía puesto encima un letrero: "ESTE ES EL
REY DE LOS JUDIOS"» (23,38). De forma despectiva (lit. «El rey de los
judíos es éste»), el letrero corrobora la irrisión de que es objeto por parte
de Israel, de sus dirigentes y de las tropas de ocupación. REACCIONES
ANTAGÓNICAS DE LOS MALHECHORES Uno de los malhechores sigue el ejemplo de los dirigentes y de los
soldados (23,39; cf. vv. 35-36); la
incapacidad de Jesús para salvarlos muestra la falsedad de su pretensión
mesiánica. En todas las burlas, la idea de 'salvación' es la de escapar de la
muerte fisica. El otro, en cambio, reconoce la inocencia de Jesús, mientras que
él se reconoce culpable. La muerte de Jesús empieza a dar frutos: las puertas
del paraíso quedarán abiertas desde ahora de par en par para todos los que lo
reconozcan 'como rey', sea cual fuere su pasado (23,40-43). El mundo futuro
(«el paraíso»), no relegado al fin de la historia, se inaugura con la muerte de
Jesús («hoy»). Conviene
recordar en qué consistían las esperanzas mesiánicas del pueblo judío en el
tiempo de Jesús: unos esperaban a un nuevo rey, al estilo de David, tal como se
lo presenta en la primera lectura de hoy. Otros, un caudillo militar que fuera
capaz de derrotar el poderío romano; otros como un nuevo Sumo Sacerdote, que
purificaría el Templo. En los tres casos, se esperaba un Mesías triunfante,
poderoso. El salmo que
leemos hoy, también proclama el modelo davídico de “rey”. Jerusalén, la “ciudad
santa” es la ciudad del poder, la ciudad del poder. Eso explica
por qué, cuando Jesús anuncia la Pasión a sus seguidores, no logran entender
por qué tiene que ir a la muerte. - El
evangelio de hoy nos presenta cómo reina Jesús el Cristo: no desde un trono
imperial, sino desde la cruz de los rebeldes. La rebelión de Jesús es la más
radical de todas: pretende no sólo eliminar un tipo de poder (el romano, o el
sacerdotal) para sustituirlo por otro, con un nombre distinto, pero basado en
la misma lógica de dominación y violencia (que era lo que correspondía a las
expectativas judías). Podríamos
decir que Jesús es el anti-modelo de rey de los sistemas opresores: no quiere
dominar a las demás personas, sino promover, convocar, suscitar, el poder de
cada ser humano, de modo que cada una y cada uno de nosotros asumamos
responsablemente el peso y el gozo de nuestra libertad. Uno de los
grandes sicólogos del siglo XX, Erich Fromm, plantea, en su libro El miedo a la
libertad, que ante la angustia que produce en el ser humano la conciencia de
estar separados del resto de la creación, adoptamos dos actitudes igualmente
patológicas: dominar a otros, y buscar de quién depender entregándole nuestra
libertad. En ambos casos, las personas buscamos cómo, a través de estos
mecanismos, disolver esa barrera que nos separa de las otras personas y del
resto del universo. El pecado fundamental del ser humano es, según esto, un
pecado de poder mal administrado, mal asumido. Y esto es el origen de todos los
otros pecados: la avaricia, que conduce a un orden económico injusto; la
soberbia, que nos impide ver con claridad nuestros errores y pecados; la
mentira, que nos lleva a manipular o a dejarnos manipular; la lujuria, el sexo
utilizado como instrumento de poder para “poseer”, oprimir; el miedo, que nos
impide levantarnos y caminar sobre nuestros propios pies. Enmarañados
en estas trampas del poder a que nos conduce nuestro “miedo a la libertad”,
cuando un régimen opresor de cualquier signo que sea se nos hace insoportable,
buscamos como derrocarlo... para sustituirlo por otro que sin embargo funciona
sobre la misma lógica. Esa es la lógica que Jesús desarticula de manera total y
radical. Cuando en
Getsemaní acuden los soldados y las turbas “de parte de los sumos sacerdotes y
ancianos del pueblo” (Mt 26, 47) para prender a Jesús, él no recurre a
violencia de ningún tipo. Jesús se niega a ser coronado rey al estilo del
“mundo” luego de la multiplicación de los panes y los peces (Jn. 6, 15). La
tentación del poder, entendido al estilo de los sistemas opresores persigue a
Jesús desde el desierto hasta la cruz. Y desde el desierto hasta la cruz, Jesús
rechaza este modelo, denuncia con toda claridad que procede del diablo, del
“príncipe de este mundo”, no cae en sus trampas. El costo de esta resistencia
no sólo valiente sino lúcida de Jesús es la muerte. En la cruz
Jesús derrota total y radicalmente al demonio del poder concebido como
violencia y opresión por una parte y como dependencia, sumisión y alienación
por otra. De este modo que inaugura así un nuevo tipo de relaciones entre las
personas y con el universo entero, basadas no en la dominación/dependencia,
sino en el respeto mutuo, en la armonía, en la valentía para asumir el peso de
la propia libertad responsable. - En la carta
a los Colosenses, Pablo señala cómo a través de Jesús el Cristo (primogénito de
todas las criaturas, preexistente y co-creador del universo, cabeza de la
iglesia, primicia de la plenitud de la Creación entera) se produce la
reconciliación de todos los seres con Dios. Esta y otras expresiones paulinas
han dado lugar a interpretaciones erróneas, que consideran que la muerte de
Jesucristo en la cruz era el precio que había que pagar para que el Padre,
enojado y rencoroso, perdonara a la humanidad pecadora. Sin embargo,
los evangelios nos muestran con claridad por qué y cómo es que Jesús nos
reconcilia con el Padre: no por que ese Dios, padre–madre, sea un dios
rencoroso, sino porque habíamos perdido el rumbo de la auténtica unidad con
Dios y con el universo entero: esa que no se hace sucumbiendo a nuestro miedo
existencia y escudándonos en posiciones de poder (dominante o dependiente) sino
superando nuestros miedos, atreviéndonos a presentarnos tal como somos ante
Dios, en total pobreza de espíritu, sin escudos protectores que nos impidan ver
su rostro. -
Desgraciadamente, ¡cuántas veces en nuestra vida eclesial reproducimos los
modelos de “reinado” del mundo, y no los de Dios en Jesucristo! ¡Cuántas veces
establecemos relaciones de poder autoritarias en vez de fraternas! ¡Cuántas
veces entramos en contubernio con los poderes del sistema, ya sea por acción o
por omisión! El modelo de
“reinado” que nos presenta el “Cordero degollado” nos interpela y llama a la
conversión. No es necesario ni conveniente subrayar la «realeza» de Jesús si
ello conlleva tergiversar su auténtico y efectivo proyecto de vida. Hace daño,
sobre todo a los más oprimidos, presentar esa imagen monárquica y principesca
de un Jesús que, en verdad, dedicó toda su vida y sus energías a desenmascarar
y a luchar contra ese tipo de estructuras. Para la
revisión de vida A la luz de la fiesta de “Cristo
Rey” y del modelo de relaciones entre personas y con la Creación, reflexiones
sobre nuestras actitudes en los diversos ámbitos en que nos movemos, y
preguntémonos: ¿Cómo son las relaciones de poder en
nuestra pareja? ¿Se basan en la dominación/dependencia o en la promoción de la
mutua libertad responsable de ambos? ¿Cómo son las relaciones de poder en
la familia? ¿Nos valemos de nuestra autoridad como personas adultas para
imponernos de manera autoritaria? ¿Justificamos en nombre de la “autoridad”
nuestros abusos de poder, maltrato físico, verbal, psicológico? ¿Excusamos los
abusos sexuales con algún argumento de poder? Las relaciones entre los miembros de
la Iglesia, siguen el modelo cristiano, o bien siguen el modelo autoritario,
represivo, impositivo, excluyente, propio del “príncipe de este mundo? En el seno de nuestra sociedad, ¿luchamos
por nuevas relaciones de poder, según el modelo de Jesucristo, el anti-rey, que
nos presentan los evangelios? ¿O nos plegamos a los modelos autoritarios? ¿O
nos declaramos impotentes o indiferentes y renunciamos a la lucha? Para la
reunión de grupo En Gen. cap.
3 se nos presenta las desigualdades de género y la ruptura con la naturaleza
como producto del pecado. ¿De qué manera el “reinado” de Cristo nos libera y
nos marca una nueva lógica en las relaciones de poder? ¿De qué
manera se presenta el pecado del poder en Gen. 4? ¿Qué hacer para revertir esta
lógica diabólica? En la carta a
los Colosenses, ¿cómo interpretar los versículos 19 y 20 a la luz del nuevo
“reinado” de Cristo? Los
Evangelios sinópticos (y el texto que leímos hoy en particular) nos presentan a
Jesús durante la pasión lleno de humillaciones, dolores, sufrimientos, burlas.
El evangelio de Juan en cambio, presenta la cruz como la glorificación del Hijo
y del Padre. (Jn 12,23. 28; 17, 1) ¿Cómo explicar esta diferencia de enfoques? Para la
oración de los fieles Por la
Iglesia, para que seamos fieles al siempre nuevo modelo de relaciones entre las
personas y con la creación que nos presente Jesús desde su reinado en la cruz
redentora, sin autoritarismos ni exclusiones. Te rogamos, óyenos. Para que en
nuestras familias vivamos también la liberación de todo autoritarismo, opresión
o sometimiento. Te rogamos, óyenos. Para que
luchemos por nuevas relaciones de género, basadas en el respeto, el aprecio
recíprocos y la armonía. Te rogamos, óyenos. Para que
también en nuestras relaciones con la naturaleza seamos partícipes de modelo de
respeto, reverencia y libertad responsable que nos enseña Jesús. Te rogamos,
óyenos. Para que
construyamos “por Cristo, con él y en él” la nueva Jerusalén, en que ninguna
rodilla se doble sino ante Dios y el Cordero. Te rogamos, óyenos. Oración
comunitaria Dios Padre Nuestro que enviaste a
Jesús para que anunciara a todos tu deseo de renovar totalmente el mundo,
contaminado por el pecado; te pedimos que el proclamarlo Rey no nos impida ver
que lo verdaderamente importante es construir -como él y con él, siguiendo sus
huellas- tu Reino. Por el mismo J.N.S. Unidos a todos los hombres y
mujeres, que desde hace miles de años han sentido en sus vidas los signos de tu
presencia –en arrobados éxtasis, y otras muchas veces sin saberlo-, queremos
confesarte, oh «Dios de todos los nombres», como el fundamento misterioso de
nuestra existencia, como la meta inefable hacia la que caminamos, Padre y Madre
de la Vida y del Ser. Convencidos de que «todo lo que avanza y asciende,
converge», evocamos tu amor y nos abrazamos a todo lo que existe y a todo lo
que vive, contigo, que vives y amas por los siglos de los siglos…
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