PLEGARIA PROGRAMÁTICA
Padre nuestro, misterio profundo,
nuestra actitud es de acción de
gracias por la vida, la fe y la esperanza en que es posible para la
humanidad
convivir todos juntos, avanzando
por caminos de justicia y de paz.
Al escuchar la sabiduría de Jesús,
confiamos en que no eres un Dios
tremendo, sino amable.
No eres clemente y misericordioso
solo con quienes se te someten servilmente.
No eres un Dios que revela la
Verdad absoluta
anulando nuestra razón, pues ésta
ha de buscar siempre la verdad. No eres un Dios que legista una Ley
inmutable y eterna,
como déspota que coarta toda
libertad de decisión humana.
No eres un Dios celoso que exige
un Culto de adoración y entrega total a los preceptos religiosos de una
u otra tradición,
aunque arrastren al odio y la
violencia.
Porque
ya llegó el día en que las personas libres te adorarán libremente. No
vemos tu imagen en la predestinación sino en la creación de lo nuevo:
en que somos capaces de pensar y sentir y hablar sin coacciones
y así caminamos con humana
autonomía,
responsables de nuestras acciones,
en medio de la incertidumbre.
En el camino de nuestras vidas se
halla la única meta a nuestro alcance. Nuestra objetivo es caminar unos
con otros,
sin espejismos utópicos, sin
ilusiones de la lucha final: "caminante, no hay camino, se hace camino
al andar".
Quisiéramos cantar desde las
encrucijadas de la humanidad, diciendo: SANTO...
Padre nuestro, verdaderamente eres
bueno con nosotros y con todos los seres humanos.
Creemos, como decía Jesús,
que eres como la lluvia que cae
sobre los campos del justo y del injusto, como el sol que luce y da
vida a toda la Tierra.
Respetas que crezca el trigo y la
cizaña, sin arrancarla.
Eres como la naturaleza que hace
brotar las flores,
y que renueva constantemente los
ciclos de los seres vivos
Tú comunicas tu espíritu a toda
criatura humana que viene al mundo.
Y él nos inspira las metáforas y
signos de la nueva humanidad: Perdonar a cualquier hijo pródigo que
recapacita.
Rehabilitar al pecador público y
librar a la mujer adúltera. Curar a los enfermos, paralíticos y
leprosos.
Dar vista a los ciegos y habla a
los mudos.
Dar de comer al hambriento y de
beber al sediento. Dar derechos y libertades a los oprimidos.
Resucitar a los muertos
Reunidos como iglesia cristiana,
rememoramos aquella noche en que
Jesús fue traicionado. Durante la última cena con sus discípulos,
Cogiendo un pan, dio gracias, lo
partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo que se entrega por
vosotros.
Haced lo mismo en memoria mía.
Después de cenar, hizo igual con
la copa, diciendo:
Esta copa es la nueva alianza
sellada con mi sangre. Cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía.
Por eso, estamos celebrando ahora
estos misterios que alimentan el sentido de nuestra vida.
Padre de Jesús y Padre nuestro,
auméntanos la fe, a fin de que asumamos nuestra responsabilidad,
sin esperar en vano que tú
intervengas con legiones de ángeles para imponer tu voluntad
todopoderosa.
Tu voluntad guarda silencio en el
cosmos,
no fuerza la historia ni la
transformación social, no predestina a nadie a perderse o a salvarse.
El futuro no está escrito ni
predeterminado en ninguna parte.
La voluntad de Dios es lo que es
bueno para la humanidad: individuo, sociedad y especie viva.
Entre los humanos lo tenemos que
buscar y decidir y llevar a la realidad.
Como cristianos, lo hemos
encontrado
inspirándonos en las obras y
palabras de Jesús de Nazaret.
Él nos propuso una ética de valor
universal: rechazo de la violencia,
dignidad igualitaria para todos
los seres humanos, justicia y distribución de los recursos,
primacía de la persona sobre el
grupo, importancia de la libertad de elección, separación entre
política y religión,
amor al prójimo que llega hasta el
perdón y el amor a los enemigos.
Mientras caminamos y van pasando
los años, te damos gracias una vez más, Padre nuestro,
recordando a Jesús y en la
comunión de tu Espíritu.
Amén.
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