PLEGARIA DE PASCUA
Padre
nuestro, misterio y sentido oculto de la creación, manifiesto en el
Hijo del hombre, primicia una nueva humanidad, y en el Espíritu que
alienta maternalmente la historia:
Tú sobrepasas siempre las ideas
que nos hacemos de ti,
y todas las experiencias y obras
somos capaces de realizar.
Al abrirnos a la pregunta por tu
presencia,
comprendemos más profundamente la
realidad de nuestro mundo y se desvelan las posibilidades inéditas del
tiempo.
Lejos del espíritu simplista y
maniqueo
de
las identidades culturales, nacionales, ideológicas y religiosas, que
llevan a comportamientos fanáticos, inquisitoriales y agresivos, vemos
que se hace la luz al unir y armonizar todo lo humano,
y al considerar a la humanidad
inserta en la naturaleza.
Todos somos diferentes, pero
también complementarios y tenemos lo fundamental en común
con el cosmos, la vida y la
cultura humana.
El ser humano, que somos cada uno
de nosotros, al mismo tiempo especie, sociedad e individuo,
vivimos una existencia única, con
una biografía singular.
Nuestro tiempo transcurre de
manera irreversible, avanzando hacia un futuro incierto;
pero tu Espíritu lo trasciende
todo:
como fundamento eterno que inspira
nuestra historia y nos infunde la paz.
Por ello, queremos alabar tu
grandeza, diciendo: SANTO... Nadie es santo sino solamente Tú, Dios
nuestro.
Te damos gracias por el don
natural de la vida
y por la tarea histórica de la
liberación humana, la construcción del Reino, la nueva Tierra:
Ese
proyecto humano y divino de evolucionar hacia una verdad, bondad y
unidad cada vez mayor, en la Iglesia universal y en el mundo global.
Aspiramos a una civilización
planetaria
basada en los valores de la
libertad, la igualdad y la fraternidad, como principios para una
democracia mundial
y una paz justa para todos.
A ello nos anima el evangelio de
Jesús y el espíritu que él nos transmite. Él, como hijo del Hombre,
pasó haciendo el bien,
anunciando la salvación a los
pobres,
la liberación a los oprimidos y el
consuelo a los afligidos:
para aliviar las cargas de cada
ser humano que sufre.
Nosotros, ahora, reunidos en su
nombre, recordamos la víspera de su pasión, cuando Jesús cenaba con sus
discípulos:
Cogiendo un pan, dio gracias, lo
partió y se lo dio diciendo: esto es mi cuerpo que se entrega por
vosotros.
Haced lo mismo en memoria mía.
Después de cenar, hizo igual con
la copa, diciendo:
esta copa es la nueva alianza
sellada con mi sangre. Cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía.
También recordamos la despedida de
Jesús,
cuando, resucitado en medio de los
discípulos, les dijo:
«Paz con vosotros. Recibid el
Espíritu Santo.»
Así,
al rememorar una vez más su vida, muerte y resurrección, queremos tomar
conciencia del drama de la historia humana, plagada de conflictos e
injusticias,
atenazada por crisis y peligros
que nos atemorizan.
Son las circunstancias donde hemos
de llevar a cabo nuestra misión.
Para ello, necesitamos despojarnos
de las tradiciones muertas
y renovar nuestra manera de
pensar, comprender, creer y actuar:
Hay muchas poblaciones, pero una
sola especie humana.
Hay diversidad de culturas, pero
todas forman parte de la civilización humana.
Hay diferentes lenguas, religiones
y costumbres, pero solo tienen valor como expresión de la común
identidad humana.
Hay
pluralidad de carismas, pero deben contribuir al bien de la comunidad
universal: de la iglesia, de la humanidad, de la biosfera.
Despierta en nosotros tu Espíritu,
necesario
para mantener la diversidad en la unidad, sin caer en el
particularismo; y mantener la unidad en la diversidad, sin imponer una
uniformidad forzosa.
Que estemos siempre atentos a la
complejidad de lo real,
y seamos sensibles tu misterio,
que nos trasciende infinitamente.
Padre nuestro,
renueva en nosotros los dones y la
paz de tu Espíritu.
Por Jesucristo, nuestro hermano,
amigo y maestro inspirador.
Amén.
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