PLEGARIA DEL HIJO DEL HOMBRE
Dios nuestro, Padre nuestro,
que guardas silencio sobre tu
misterio y solamente señalas a Jesús:
"Lo he glorificado y de nuevo lo
glorificaré".
No estás en los valores y poderes
inhumanos de este mundo, que ya han sido sentenciados.
Solo estás en el pensamiento de
quien tiene confianza en ti
y te lleva en la mirada que da
sentido a la historia, la vida y el universo.
En
vano se han esforzado las religiones por entenderte y codificarte y en
vano sacralizan lugares, personas, objetos, libros y tradiciones. Jesús
relativiza y cuestiona el valor todo eso.
Él no se reivindicó como Hijo de
Abrahán,
vinculado a promesas y privilegios
para un linaje particular:
¡De las piedras pueden salir hijos
de Abrahán!
No aceptó la aclamación como Hijo
de David,
mesías político de ningún pueblo
supuestamente elegido.
Se presentó a sí mismo como Hijo
del Hombre, afirmando como título principal
su pertenencia a la condición
humana común.
Y precisamente por eso nos hace
libres para buscar el bienestar de la humanidad, pues solo esa es la
voluntad de Dios.
Por ello, te alabamos diciendo:
SANTO...
Solo tú eres santo, Dios
bondadoso, y nos haces participar de tu Espíritu, manifestado
plenamente en Jesús.
Él está por encima de Moisés
y de la Ley que pretende haber
sido revelada.
Él está por encima de Elías
y de los profetas que dicen hablar
en tu nombre.
Más allá de la ley religiosa y de
toda profecía, solo confiamos en Jesús, Hijo del Hombre.
Jesús nos hace ver que no hay más
mandamiento que el amor al prójimo y que somos partícipes del Espíritu
divino.
Éste que no es el espíritu de
ninguna nación, que no es una creencia irracional,
sino razón emergente que ilumina
la construcción de la humanidad.
Nosotros, ahora, como comunidad
reunida en su nombre, recordamos la tradición de cena de Jesús:
Cogió un pan, dio gracias, lo
partió y se lo dio diciendo: esto es mi cuerpo que se entrega por
vosotros.
Haced lo mismo en memoria mía.
Después de cenar, hizo igual con
la copa, diciendo:
esta copa es la nueva alianza
sellada con mi sangre. Cada vez que bebáis, haced lo mismo en memoria
mía.
También recordamos el mensaje y la
fuerza que Jesús legó a sus discípulos antes de ser levantado de la
tierra y ser glorificado:
para que germinemos como el grano
de trigo;
para
que nos desprendamos de nosotros mismos en un modo de vivir nuevo; para
que colaboremos con él en la construcción del reino de Dios.
Verdaderamente, Padre nuestro,
eres un Dios universal, que trasciende todas las religiones y culturas,
como el Sol que alumbra a todo el
mundo:
a los creyentes y a los ateos, a
los hombres y a las mujeres, a los negros y a los blancos.
Sin sacralizar ninguna fórmula de
salvación,
estamos llamados a cooperar en una
misión humanizadora, en medio del gozo y la esperanza, el dolor y la
angustia
de las gentes de nuestro tiempo,
desgarrado por interminables
conflictos e injusticias,
y en el que hasta la naturaleza se
encuentra trastornada.
Que renazcan por doquier los dones
pluriformes de tu Espíritu.
Que, en todos y cada uno de
nosotros, se reavive
una fe lúcida, una esperanza
activa y un amor eficiente.
Por Jesucristo, Hijo del Hombre,
hermano, amigo y maestro inspirador nuestro.
Amén.
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