De
la teocracia islámica al totalitarismo comunista
PEDRO GÓMEZ
«Es un pueblo que vindica la falsedad, autor de matanzas y
enemigo de la verdad, acerbo perseguidor de nuestra fe.»
MÁXIMO CONFESOR [m. 662], Epistolae, PG, tomo 91, col. 539.
«Napoleón, ese Mahoma de Occidente.»
CLAUDE LÉVI-STRAUSS, Tristes trópicos, pág. 409.
«A pesar de que el marxismo-leninismo se declara científico, lo cierto
es que está más cerca de la teología/religión que de la
filosofía/ciencia.»
SAMI ALDEEB, Le droit des peuples…, pág. 214.
Con fina intuición, el
antropólogo Lévi-Strauss escribió: «Napoleón, ese
Mahoma de Occidente» (Tristes trópicos, 1955: 409).
Napoleón es la figura revolucionaria en la que se inspiró Lenin, a
quien
podríamos designar «ese Mahoma del siglo XX». La analogía permite
comprender el
carácter religioso de ciertas ideologías políticas, no en un sentido
metafórico,
sino en la literalidad de su configuración.
Los perfiles de
la religión violenta de Mahoma (cfr. Ibn Hisham) y sus sucesores están
hoy bien
investigados. Movilizaron a las tribus árabes para una guerra
escatológica que
debía precipitar la venida del Mesías, que iba a instaurar el reino de
la
justicia, tras la conquista de Jerusalén. Pero, visto que el Mesías no
apareció, ni llegó el reino de Dios, lanzaron sus ejércitos a la
conquista de
territorios del Imperio sasánida persa y del Imperio romano oriental o
bizantino. Invadieron hasta el reino visigótico de Hispania en
occidente y el
norte de India en oriente. En lugar de una era de paz y justicia
mesiánica, lo
que llegó fue el imperialismo de los califas, en forma de orden
teocrático bajo
la espada islámica. La idea del reino
milenario fue reemplazada por la del imperio árabe, luego musulmán, con
la ambición
de llegar a ser un califato mundial.
El texto conocido
del Corán se remodeló en conformidad con los intereses de los califas,
del
mismo modo que la vida de Mahoma y los hadices del profeta, a fin de
que
legitimaran la ley islámica, la saría. La yihad, guerra
interminable de incontables
batallas para implantarla, atraviesa más de mil años de historia de
belicosidad
entre musulmanes y de agresión a los países de Asia, Europa y África. Y
hoy siguen
atacando con el proyecto de expandir por todo el mundo el sistema de la
saría,
ese orden teocrático, refractario a la libertad y la razón.
Ateniéndose a lo que el
Corán decreta insistentemente, el mahometismo sostiene una visión de la
humanidad que traza una oposición absolutamente radical entre los
«creyentes» (مؤمنون
| muminun) y
los «infieles» (كافرون | kafirun). Hasta el punto de que solo
se concibe
el triunfo de los primeros, que tienen el deber sacrosanto de combatir
a los
segundos hasta que estos sean sometidos o aniquilados.
Tal es la misión que se ordena en el nombre de Alá. En
consecuencia, el
precepto fundamental de esta religión no es otro que la yihad «en el
camino de
Dios» (cfr. Aldeeb 2016). Como religión política que es, el islamismo
elaboró
una teología de la guerra, según la cual Dios garantiza la victoria, de
modo
que el buen musulmán siempre ganará: si vive, el botín; si muere, el
paraíso.
El significado
del término «yihad» remite fundamentalmente a la guerra, a la agresión
armada. A
la yihad se le dedica el 9% del texto del Corán, el 67% del texto de la
vida de
Mahoma según Ibn Hisham, y el 21% del texto de los hadices de
Al-Bujari. De
estos hadices sobre la yihad, el 98% tratan de la yihad como acción de
guerra.
Solo el 2% se refiere a un esfuerzo religioso, con el mismo fin de
expandir las
ideas, los intereses y el poder del islam. En
tales
condiciones, la yihad, en cuanto lucha por imponer la fe islámica, se
predica
como la forma más excelente de dar culto a Dios.
Los axiomas
fundantes parten del mito hegeliano de la dialéctica y de las leyes del
materialismo histórico, objeto de fe, desde la que se interpreta la
realidad.
Hay unos profetas de la verdad absoluta: Marx, Lenin, Mao. El
movimiento se
organiza bajo la dirección de un Partido, a modo de iglesia, clero y
milicia.
Para ellos, el pecado original está encarnado por el capitalismo,
mientras que
el papel del demonio se atribuye a la ideología burguesa. Se representa
que este
sistema capitalista oprime a la clase obrera, o proletariado, que se
convierte
en nuevo pueblo elegido. Este es llamado a la emancipación, dentro de
un plan
soteriológico, guiado por el mito dialéctico de la lucha de clases, que
anuncia
la hora escatológica de la lucha final. Sobre los opresores recaerá el
castigo
y el infierno, en una irrupción apocalíptica con manifestación de
poder: la
revolución violenta, la masacre, la tortura, el campo de concentración,
hasta
la derrota total del capitalismo y el exterminio o sometimiento de los
no
comunistas. Por esta vía se promete el paraíso comunista o sociedad sin
clases,
una era de plenitud administrada por un mesías totalitario: una
transposición
del utópico reinado milenarista.
En términos que recuerdan
al islamismo, el dogma comunista opone metafísicamente a los
«revolucionarios»
y los «contrarrevolucionarios», al tiempo que sus adeptos, sin mirarse
al
espejo, llaman «fascistas» a todos los que no se plieguen políticamente
al
comunismo.
Parece evidente que se
trata de un mesianismo violento, destinado a instaurar una dictadura
sacralizada,
fundada y mantenida mediante mecanismos de coerción. Sin embargo, la
difusión
de su relato utópico apocalíptico, escatológico y milenarista, con su
apariencia de verdad y sus promesas libertadoras, seduce a minorías y
masas de «progresistas»
que se entregan con entusiasmo casi místico.
También aquí, las
convicciones y actuaciones del socialismo marxista exhiben su carácter
religioso: una mitología, unos símbolos y unas normas de comportamiento
sacralizados, a los que se adhieren con una fuerte vivencia sus
seguidores,
inmersos psíquicamente en una religiosidad que modela sus vidas.
En la misma onda que
otras ideologías revolucionarias, el leninismo, en virtud de su visión
maniquea, revestida como análisis materialista de la historia, practica
el
ataque sistemático contra aquellos que previamente ha categorizado como
culpables
y enemigos. Exhibe una sacralización de la violencia como vía
privilegiada para
conseguir la reconciliación y la paz.
Ahí descubrimos el lado
oscuro de las utopías que se arrogan todos los derechos: su fantasía
letal que
cree que la aniquilación de los disidentes propiciará el advenimiento
de su
reino respectivo, la liberación, la paz, la fraternidad universal. De
ahí que
el terror aparezca inscrito en la esencia de la utopía, dado que esta
solo
puede implantarse por la fuerza, por más que la promesa inherente a tal
hecatombe
resulte frustrada una y otra vez en la realidad histórica. De ahí que
siempre se
exijan nuevas víctimas, sin fin, y que el camino al paraíso se
convierta en un
infierno.
Como corresponde
a la lógica de fondo que los inspira, el estudio comparativo entre la
caracterización
del islamismo y la del comunismo pone de manifiesto su semejanza
estructural y
funcional constitutiva. Cambiará el lenguaje y las formas organizativas
particulares,
pero un mismo espíritu "revolucionario", es decir, aniquilador del
pluralismo,
del respeto al disidente, de la libertad individual, de los derechos
humanos viene
a legitimar todos los atropellos en nombre de una mitología elevada al
más
sacrosanto absoluto objeto de fe.
Destaquemos una serie de aspectos o ejes semánticos
referidos respectivamente al islamismo y al comunismo.
Hay que
prestar atención no solo al tipo de componentes, sino a la afinidad y
los
sesgos observables entre ambos sistemas en cada eje de significación.
1. El fundador ideólogo y personificación
mesiánica:
– El profeta Mahoma con su interpretación peculiar
de Abrahán, Moisés y Jesús.
– El político Lenin con su interpretación bolchevique
del filósofo Karl Marx.
2. El fundamento último, o postulado sagrado
último:
– El Dios creador, Alá, señor del mundo, que
impone leyes a la naturaleza y al hombre.
– La Materia eterna que impone las leyes
dialécticas de la naturaleza y de la historia. En el discurso político,
el
lugar de Dios lo ocupa la idea de «Pueblo» o la «Historia».
3. Los libros sagrados:
– El sagrado Corán, la biografía de Mahoma y
los hadices del profeta.
– Las obras de Marx reeditan un Corán en
clave decimonónica. Y los escritos de Lenin ocupan el lugar de los
hadices.
4. La cosmovisión dogmática:
– La interpretación del mundo como verdad
absoluta desciende como «revelación» divina transmitida por Mahoma.
Este es el
mito fundacional, supuesto conocimiento superior, que justifica todo lo
demás.
– La interpretación del mundo como verdad
absoluta tenida por «ciencia» se basa en la dialéctica de Hegel y el
materialismo dialéctico e histórico de Marx. Este mito fundacional
sirve de
legitimación a una estrategia violenta, que se acepta ciegamente.
5. La división maniquea de la sociedad:
– Los «creyentes» se sitúan en contradicción
radical con los «infieles», los musulmanes frente a los no musulmanes.
– Los «comunistas» se conciben a sí mismos en
contradicción radical con los «burgueses» o «capitalistas».
6. La visión
maniquea del mundo:
– La «tierra del
islam» está confrontada la restante, llamada «tierra de la guerra».
– Los países
comunistas se declaran enfrentados radicalmente a los países
capitalistas.
7. La condena del pasado histórico:
– Descalifican todo tiempo preislámico como
época de «ignorancia», prohíben las costumbres y destruyen las
peculiaridades y
la autonomía de otros pueblos para someterlos a la única religión
verdadera.
– Rompen con las tradiciones y fomentan todo
lo que divide a la sociedad, en la creencia de que la verdadera
humanidad
empieza, y termina, con la llegada del socialismo comunista, bajo su
poder.
8. La negación de la comunidad humana:
– Para el islam, no cabe humanidad común e
iguales derechos para los que no se conviertan al islamismo. Los otros,
según
el Corán, son «infieles», «cerdos» y «monos», que deben ser sometidos o
exterminados.
– El comunismo niega toda humanidad común de
los seres humanos. Los otros son «fascistas», «perros», «parásitos»,
«piojos»,
«vampiros», que, según Lenin, deben ser derrotados y exterminados.
9. La concepción mesiánica de la praxis
histórica:
– Un mesianismo milenarista y escatológico,
que anuncia la llegada del «último día», al que están convocados los
adeptos de
Mahoma y Omar.
– Un mesianismo dialéctico y milenarista, que
preconiza la «lucha final», que deben protagonizar los partidarios de
Marx y
Lenin.
10. La escatología utópica del mesianismo:
– El islam pretende que la sociedad musulmana
futura alcance el mesiánico «reino de Dios» en la tierra y, en último
término,
el jardín de Alá.
– El marxismo-leninismo se propone el socialismo,
la futura sociedad comunista, la creación del «hombre nuevo», el mítico
paraíso
en la tierra.
11. La hábil sugestión sobre las élites y las
masas:
– La utopía plasmada en un sistema de
mentiras «reveladas» consigue seducir, engañar o coaccionar a las
minorías
privilegiadas y gran parte de la población.
– El
utopía presentada como un teoría supuestamente «científica» logra
seducir y
reclutar a muchos intelectuales, fanatizar a los militantes y engañar a
las masas.
12. El sujeto mesiánico mitificado:
– La Umma, «pueblo elegido» por Alá
para gobernar el mundo en nombre de Dios, integrado por los creyentes
que
obedecen al profeta y sus sucesores.
– El Pueblo, el «proletariado» como
sujeto mítico, que sigue al Partido/vanguardia que dice actuar en su
nombre y
en el de las leyes de la Historia.
13. Los personajes sagrados objeto de culto:
– Mahoma y los califas bien guiados son
exaltados y adorados como modelos que deben ser obedecidos e imitados.
– Marx, Lenin, Stalin, Mao, Kim Il-sung,
Castro, o Pol Pot son adorados como omniscientes e infalibles, y deben
ser
obedecidos por todos religiosamente.
14. La jerarquía de poder sacralizada como
clero:
– La potestad del califa, el partido
islámico, con los ulemas, muftíes, o ayatolás, intermediadores y
ejecutores de
la ley de Dios.
– El dirigente supremo del Partido comunista como
autoridad indiscutible, auxiliado por una organización de
revolucionarios profesionales,
jerarcas, cargos y militantes.
15. La militarización del mesianismo:
– La yihad en el camino de Alá indica
la vía para la toma del poder, mediante el sometimiento por la fuerza a
la
dominación islámica.
– La lucha de clases, la revolución y la
guerra traza el camino para la toma del poder y la dominación del
Partido
comunista.
16. El mecanismo de la violencia:
– El mito de la sumisión al islam,
ordenada por la ley de Dios, justifica la fuerza armada, la guerra y
los
castigos como yihad contra los «infieles».
– El mito de la revolución comunista,
impuesta por las leyes dialécticas de la historia, justifica la
violencia como lucha
de clases contra la «burguesía», o los «fascistas».
17. El terror como forma de monopolizar el
poder:
– El uso del terror islámico contra toda
oposición y la estigmatización de todos los disidentes como «enemigos»,
a fin
de monopolizar el poder.
– El terror rojo como política instituida en
la sociedad, e incluso en el aparato del Estado, para asegurar al
Partido
comunista el monopolio del poder.
18. La santificación del individuo violento:
– El que muere matando en la yihad es tenido
por «mártir» (el šahīd) del islam, único que tiene la certeza del
acceso al paraíso.
– El que da su vida por la revolución o en la
lucha de clases es oficialmente proclamado «héroe» del Pueblo.
19. El sistema político totalitario:
– El islamismo es una religión política que
instaura un Estado teocrático, en forma de «califato» controlado por
una
oligarquía.
– El comunismo opera como una religión
política que instituye un Estado totalitario, la «dictadura del
proletariado», bajo
la dominación del Partido comunista.
20. La legalidad sin garantías jurídicas:
– El derecho islámico inmutable, la saría
entendida como ley de Dios, la jurisprudencia de las varias escuelas.
– El derecho comunista dictado por el
Partido, que está por encima de la ley, la burocracia estatal
totalitaria en
nombre del Pueblo, sin división de poderes.
21. La
subordinación
del individuo a la colectividad:
– La preeminencia
completa sobre el individuo de la familia, la tribu y la umma.
– La dependencia
total del individuo respecto al Partido/Estado.
22. La negación de los derechos humanos:
– No se admiten los derechos humanos y las
libertades individuales.
– No se reconocen los derechos humanos, ni
las libertades individuales.
23. La negación de los derechos políticos:
– Los oponentes religioso-políticos son
destinados a la muerte, la sumisión o la esclavitud. Se dictan castigos
tremendos y la condena eterna a la gehena o infierno.
– Los disidentes políticos son represaliados,
marginados, sufren represiones y castigos penales, y la condena al
infierno del gulag.
24. La desigualdad ante la ley:
– El no musulmán carece de plenos derechos. A
los otros monoteístas se les impone un estatuto de dimmitud.
Para los
politeístas y ateos, las alternativas son la conversión forzosa, la
muerte, o
la esclavitud.
– El «no proletario» se ve privado de
derechos. Se aplica un darwinismo social, por el que las clases
sociales tachadas
de enemigas son perseguidas, castigadas, o exterminadas.
25. La intolerancia religiosa:
– No hay la menor libertad de religión, ni de
pensamiento. Toda disidencia debe ser combatida hasta que toda la
religión sea
de Alá.
– Hay discriminación por ideología y la persecución
religiosa cae sobre instituciones y personas, porque no se reconocen
más principios
que los dictados por el Partido.
26. La institucionalización de la mentira:
– La ética del disimulo y el engaño (la taquiya)
está recomendada a los mahomistas por el propio Corán.
– La norma es la manipulación del discurso y
el doble lenguaje, empleando técnicas de agitación y propaganda.
27. La ocultación de la verdad histórica:
– La elaboración califal del Corán y los
hadices, y manipulación de la historia desde los orígenes.
– La fabricación de la historia oficial y de
la verdad política oficial que se impone mediante el control de los
medios, la
enseñanza, la cesura y el adoctrinamiento.
28. La vigilancia represiva:
– Para velar por el cumplimiento
público y privado de la saría, el
sistema islámico instala un régimen de supervisión y represión sobre
las
personas, en forma de policía de la moralidad (la hisba).
– Para controlar las opiniones y el
comportamiento de la sociedad, el Estado comunista organiza la censura
ideológica y la policía política como cuerpo de espionaje, delación y
amedrentamiento de la población.
29. La fe en la
eficacia de los sacrificios humanos:
– Conforme al
Corán, los musulmanes creen que la matanza de los enemigos de Alá
constituye
una inmolación sacrificial, agradable a Dios y necesaria para obtener
la
salvación y la «sumisión» propia de la sociedad islámica.
– Los comunistas tienen fe ciega en la revolución,
que implica destrucción y muerte de las clases sociales tenidas por
«enemigos
del Pueblo», como algo necesario para conseguir la «paz», para crear el
«hombre
nuevo» de la sociedad comunista.
30. Las consecuencias mortíferas de la
implantación de la utopía:
– Las grandes masacres históricas producidas en
nombre del islamismo (cfr. Ibn Warraq 1995), cuyo total se estima, como
mínimo,
en 270 millones de víctimas imputables a la yihad.
– La mortandad y los asesinatos masivos desencadenados
en la lucha de clases, en la «gran revolución proletaria mundial» por
el advenimiento
de la sociedad comunista: son más de cien millones de muertos (cfr.
Courtois
1997).
La comparación no debe hacerse, salvo como
punto de partida, en el plano empírico de las prácticas sociales
implicadas, ni
en los planteamientos teóricos o teológicos particulares de las
respectivas
mitologías, sino entre las estructuras de uno y otro sistema, después
de su
análisis previo. Y es esta comparación la que demuestra que, en ambos
sistemas,
subyace una homología estructural y una analogía funcional. El tema
merece
estudios más a fondo, pero ya podemos afirmar concluyentemente cuál es
el
esquema común de esa teología mesiánica, que proclama la gran crisis y
la
interpreta como un enfrentamiento agónico, en el que los verdaderos
creyentes
deben tomar las armas, en nombre de su Dios, con el fin de conquistar
el poder
e imponer su ley por la fuerza. Ahí se articulan los aspectos
esenciales de la
fe mesiánica: la soteriología (llamada a la liberación), la escatología
(los
últimos tiempos y la lucha final), el apocalipticismo (la intervención
en la
historia de una fuerza sobrehumana que triunfará) y el milenarismo (la
instauración de un mundo donde se imponen la justicia y la paz).
Este armazón mesiánico puede explicar
perfectamente el hecho de que el izquierdismo y el islamismo colaboren
ambos con
el objetivo de la desestabilización del orden social existente. Aunque
cada
parte solo busque lo suyo. Cuando alcanzan el poder, inevitablemente,
resultan
incompatibles. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en Irán, en 1979. El
ayatolá
Jomeini destronó al sah persa con la ayuda de socialistas y comunistas,
pero,
una vez que consiguió consolidarse, el poder islámico mandó perseguir y
ajusticiar
a los dirigentes y militantes de los partidos de izquierdas.
Desde su
nacimiento, el islam confirió a la actividad militar el significado de
sacramento de salvación, al presentar la guerra yihadista sobrecargada
de
simbolismo religioso, según el cual los infieles eran considerados
ofrendas que
había que inmolar para agradar a Dios y propiciar la instauración de su
ley
santa.
«En síntesis, el Corán sustenta una interpretación
sacrificial de la
guerra, de la violencia sobre los oponentes, justificada por el
supuesto fin
sacrosanto de traer la salvación al mundo. Su idea es la de un Dios que
da
órdenes para matar a los «enemigos de Dios», que exige sacrificios
cruentos»
(Gómez García 2021b: 231).
De acuerdo con los argumentos esbozados en el
apartado anterior, entendemos por qué, al igual que el islam, el marxismo-leninismo está
concebido y organizado como una religión política. Porque es un
mesianismo en el
que se funden las dimensiones política y religiosa. No hay que dejarse
engañar
por la profesión doctrinaria de «ateísmo», que, en la práctica, solo
significa
el rechazo a la religión cristiana respecto a la cual la religión
marxista se declara
enemiga y actúa como perseguidora. Del mismo modo, con toda
probabilidad, la
invocación de «secularismo» no pasa de ser, de hecho, un ardid
ideológico para
el camuflaje de una praxis esencialmente religiosa, aunque simule
desconocer la
naturaleza de su mesianismo arcaizante.
Parece necesario señalar la ingenuidad de
esos filósofos ilustrados que describen la «secularización» como una
supuesta
transformación de la mentalidad, en virtud de la cual la sociedad
moderna habría
llegado a emanciparse de la tutela de toda religión. Pero esto es una
generalización netamente falsa (cfr. Castilla Hidalgo 2019). En
realidad, desde
la Revolución francesa, el combate contra el poder de la Iglesia y el
alejamiento
del cristianismo, lo que hizo fue más bien saquear buena parte de su
legado, mientras
trataba de sustituir el credo tradicional por el credo revolucionario.
Porque,
en términos antropológicos, la dimensión religiosa –como la lengua
hablada y los
otros universales culturales– puede sustituir su configuración por
otra, pero
nunca eliminarse del todo. Lo sagrado ni se crea ni se destruye, sino
que se
transforma socialmente. Y su presencia queda ostensible siempre y por
doquier en
los mitos, las utopías, las ideologías políticas, las interpretaciones
que,
ineluctablemente, presiden la vida y el comportamiento de los
individuos y los colectivos.
De conformidad con su dogmática, igual que el
mahometano ante el califato, el comunista debe plegarse y obedecer
plenamente a
las decisiones del Partido:
«Este comportamiento implica las
características de una religión. Sobre todo, el monismo, es decir, que
la
doctrina marxista-leninista se concentra en un solo fin, una sola
enseñanza,
una sola autoridad, un solo método; y luego el totalitarismo, es decir,
que
esta doctrina lo abarca todo, sin excepción. Poseedor de la verdad
absoluta, el
Partido no puede equivocarse en nada y nadie tiene derecho a dudar de
él. El
Partido lo gobierna todo: ratio materiae (política, derecho,
nacionalidades, economía, vida intelectual, artes y ciencias, religión,
vida
privada del hombre) y ratio personae (el Partido aspira a
gobernar todos
los países sin excepción).
Lenin
dice que, bajo el Partido, "decenas, miles y finalmente millones de
hombres" obedecen "como uno solo". Preconiza el vínculo de toda
la cultura con la política, con la lucha de clases. La concepción
marxista del
mundo es para él "la única expresión correcta de los intereses, los
puntos
de vista y la cultura del proletariado revolucionario". "Nuestra
tarea esencial, dice, consiste, entre otras cosas, en oponer nuestra
verdad e
imponerla como contrapeso a la verdad burguesa"» (Aldeeb 2018: 215).
Es esclarecedor observar cómo resuena el
Corán en estas palabras de Lenin, hasta el punto de que bastaría con
sustituir
a los musulmanes por los proletarios y a los infieles por los
burgueses, para
dar al medieval planteamiento islámico el barniz de modernidad que
recubre al
pensamiento marxista. No es una casualidad que ambos prolonguen la
estela de un
mesianismo anticristiano.
En todos los países donde
los seguidores del marxismo-leninismo han llegado al poder, han
organizado una
forma de tiranía, han sacralizado la figura de su dirigente supremo con
prerrogativas de emperador y sumo sacerdote, han impuesto por la fuerza
su
ideología como religión del Estado, han perseguido inquisitorialmente a
los que
consideran herejes y han practicado a gran escala sacrificios humanos
de
personas inocentes. Para ello, como el islam, que crea una policía de
buenas
costumbres, han formado cuerpos policiales de censores y represores,
apoyados
por redes de delatores y bandas de matones. En
último
análisis, el sistema comunista se manifiesta también como una religión
regresiva, brutal, más emparentada con el islamismo que con cualquier
otro
credo.
Al partir de la creencia
maniquea que proyecta toda la injusticia y la maldad en los «enemigos»,
a los que
acusa de ser culpables, como esa clase de personas sobre quienes es
legítimo
descargar la violencia, la destrucción y la muerte. La vanguardia, como
clero
sacrificial, se encarga de sembrar división en la sociedad, de suscitar
el odio
y dirigir las iras de la multitud contra la parte infamada de sus
semejantes,
hasta que se consuma el holocausto.
Sin embargo, desde una
mirada más profunda, podemos descubrir cómo se trata siempre de
víctimas
inocentes, utilizadas como chivos expiatorios (cfr. Girard 2012),
aunque los
victimarios no cobran conciencia de ello.
Este comportamiento queda
enmascarado, porque, al mismo tiempo que acusan, se imaginan a sí
mismos,
fatuamente, como inocentes dechados de la bondad verdadera, portadores
de la
justicia definitiva y la paz perpetua. En realidad, proyectan las
propias
culpas sobre aquellos a los que odian sin razón. Solo consiguen una
liberación
ilusoria y momentánea, por lo que la masacre ritual no cesará de
repetirse de
tiempo en tiempo. La justificación de esa violencia comporta la mentira
política y religiosa por antonomasia, la que niega la inocencia de las
víctimas.
La principal conclusión que extraemos pone en
evidencia cómo el movimiento revolucionario leninista significa una
regresión
en la historia ética y espiritual de la humanidad. Porque toda
implantación coactiva
de la utopía resulta necesariamente totalitaria (cfr. Courtois 2017).
El
totalitarismo se manifiesta como un avatar de religión arcaica,
disfrazada de progresismo. En su núcleo, la mímesis sacrificial,
característica
de la revolución cruenta, procede a atribuir la culpa a aquellos contra
quienes
se dispone a ejercer la violencia. Los ejecutores fantasean con la
ilusión de que,
así, suprimirán la injusticia del mundo, cuando lamentablemente solo
contribuyen
a acrecentarla.
Al contrario de lo que cuentan los mitos de
las religiones arcaicas, entre las que está el mesianismo
revolucionario, la
lectura atenta de los relatos evangélicos permite ver cómo ponen
claramente al
descubierto lo injustificado de la violencia ejercida sobre la víctima,
cuya
inocencia queda del todo patente y proclamada.
«Comprender que el chivo expiatorio, lejos de
ser culpable, es inocente, víctima no pertinente, es destruir su poder
para
estructurar, es desmitificar verdaderamente los mitos o deconstruirlos,
si se
quiere; es destrozar lo religioso arcaico, pero no solo eso. Es revelar
lo
religioso de forma totalmente diferente y sin embargo inseparable de su
antigua
forma» (Girard 2012: 89-90).
Ahora podemos juzgar mejor de qué son ateos y
en qué creen realmente unos y otros: cuál es su religión. Sin duda,
también
nosotros mismos deberíamos hacer examen de conciencia. Porque, hoy como
ayer, la desacralización de la violencia continúa siendo el
gran
desafío
intelectual y moral, político y religioso, lanzado a la civilización en
este dramático
camino de masacres e inconmensurable sufrimiento que jalona hasta ahora
la
historia de la humanidad.
Aldeeb, Sami
2016 Le
jihad dans l'islam. Interprétation des versets coraniques relatifs au
jihad à
travers les siècles. Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et
Musulman.
2018 Le droit des peuples à disposer
d'eux-mêmes. Étude analytique de la doctrine marxiste-léniniste et de
la
position soviétique. Saint-Sulpice, Centre de Droit Arabe et
Musulman.
Castilla Hidalgo,
Martín
2019
«Desacralizar la secularización», Ensayos
de Filosofía, anotaciones, 11 febrero.
Center for the
Study of Political Islam International (CSPII)
La yihad
Courtois,
Stéphane
2017 Lenin. El
inventor del totalitarismo. La Esfera de los Libros, 2021.
Courtois,
Stéphane (y otros)
1997 El libro
negro del comunismo. Barcelona, Ediciones B, 2010.
2005 Le messie et son prophète. Aux
origines de l'islam, Tome 1, De Qumrân à Muhammad. Tome
2, Du Muhammad des califes au Muhammad de l'histoire. París,
Éditions de Paris.
Girard, René
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